Tribuna

El retorno de las beguinas

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Las beguinas están de vuelta y repartidas por el mundo reviven la experiencia fraterna y comunitaria que caracterizó al movimiento desde sus inicios en la Edad Media. En Saint-Martin-Du-Lac (Francia) laicas y consagradas forman una comunidad monástica dedicada a ayudar a los más necesitados. En el barrio periférico de Tor Bella Monaca (Italia) un grupo de ex religiosas se dedica a la recuperación de familias envueltas en las drogas y en dificultades económicas. En los Estados Unidos, las Companions of Claire, dirigidas por una mujer que una vez perteneció a la orden de las Clarisas, ayudan a los agricultores a hacerse hueco en los mercados locales.



Son cristianas que, como las beguinas históricas, eligen la libertad de una fe vivida sin necesidad de hacer votos. Son mujeres no tan jóvenes, ya que necesitan tejer sororidad y, viven bajo el mismo techo, unidas por la misión viva de un compromiso social. Una apuesta feminista también la de las nuevas beguinas alemanas que en Essen promueven la ayuda a los enfermos, o las beguinas francesas de Montreuil reunidas en una comunidad que es casa de reposo donde la espiritualidad cristiana es ecuménica y compartida.

Los ejemplos florecen de forma silenciosa y despiertan el interés por las beguinas originales que nunca fueron orden ni tuvieron regla ni fundadora, a pesar de haber hecho votos de castidad, obediencia y pobreza. Quizá anárquicas, pero nunca heréticas, las beguinas comenzaron a aparecer en 1200 en Flandes y los Países Bajos y se extendieron a Alemania, Francia, Suiza e Italia donde tomaron diferentes nombres según la latitud: ‘humiliate, papelarde, mulieres religiosae, devotae’. Ni esposas ni monjas, fueron el primer caso en la historia de un movimiento de mujeres liberado de la dominación masculina, como recuerda Silvana Panciera en su Le beghine. ‘Una storia di donne per la libert’à.

Para el medievalista Raoul Manselli fueron las responsables de la “segunda evangelización de Europa” gracias a su misión en contextos urbanos. Una de ellas, la belga Isabelle Duvit, abrió en Bruselas la primera escuela pública del continente y las primeras enfermeras de Europa fueron las beguinas en las ciudades donde vivían. Ejercían en los llamados Hotel-Dieu que acogían a los enfermos, los vagabundos y las prostitutas.

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El término beguina, que quizá hacía alusión a la ropa beige que usaban, definía a una mujer como infeliz e intolerante. Es el residuo semántico de una independencia que a lo largo de los siglos provocó la suspicacia de jerarquías eclesiásticas y burgomaestres que no supieron etiquetar a estas mujeres decididas a llevar una vida distinta a todo lo socialmente codificado. Demostraron que la primera libertad es la económica. No tenían que pedir dinero a nadie, ya que vivían de su trabajo: tejían, enseñaban o se ocupaban de acompañar a los enfermos hasta su muerte.

Su libertad también se expresó en la elección de vivir en beguinajes, casitas ordenadas especialmente comunes en los Países Bajos y Bélgica, que modificaron la estructura arquitectónica de muchas ciudades. Eran comunidades protegidas por muros con una puerta que se solía cerrar por la noche para mantener alejados a los agresores, pero también simbólicamente para reafirmar la pureza de las beguinas que eligieron ese estilo de vida considerado inapropiado durante siglos.

Dentro de las nuevas construcciones femeninas, las ‘devotae’ vivían con sobriedad, dedicando las horas del día al trabajo y a los compromisos apostólicos. El más antiguo de los beguinajes, todavía intacto, se puede visitar en Lovaina (Bélgica) donde, según los historiadores, aparecieron por primera vez las beguinas. En el siglo XIII solo en Bélgica constituían el 6% de la población y formaban 126 comunidades. En 1321, 200.000 estaban registradas en Alemania, un número enorme. Muchas fueron las “esposas perdidas” que se quedaron sin marido a causa de las Cruzadas que dejaron Europa sin hombres jóvenes.

Escondidas, pero vivas

Se quedaban en casa o vivían en pequeños grupos de tres o cuatro, en una nueva forma de familia que a veces incluía costumbres místicas o ascéticas, ya que las beguinas de los primeros siglos se sumaron a la ola de renovación espiritual que recorría la Iglesia, anticipándose a la Reforma protestante. Gran parte de la historia de las beguinas es todavía incierta, pero lo que es bien conocido es que su existencia provocó el malestar de las jerarquías eclesiásticas.

La Inquisición condenó a más de una a la hoguera por herejía y brujería. La más famosa es Marguerite Porete, una mujer francesa muy culta que según algunas fuentes tradujo la Biblia del latín a la lengua vernácula y dejó un libro hallado a mediados del siglo XX que en su momento atrajo la atención del tribunal de la Iglesia. Porete fue reconocida como “inapropiada” y teológicamente desviada.

Por eso, fue llamada a comparecer ante los jueces eclesiásticos parisinos. Como se negó, fue quemada viva en la capital francesa en 1310. Clemente V a principios del siglo XIV excomulgó a todo el movimiento de las beguinas. Y aun así no desaparecieron, todo lo contrario. Animadas por la fe, el valor y el realismo, siguen existiendo hoy como raíces escondidas, pero vivas.


*Artículo original publicado en el número de abril de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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