Se hace extremadamente difícil frenar la lengua cuando dan ganas de gritar. Los nudos en la garganta se van apilando uno tras otro y pareciera que no tienen salida.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Es una acumulación que, mirada desde lo histórico, nos hace daño. Porque estos gritos enclaustrados son omisiones.
Todos pecando. Omitimos palabras porque son incómodas. La acción se acorta sin ellas. El presente se nos escapa en la voracidad del fuego. El futuro grita en los hambrientos y sedientos de justicia.
¿Quién y qué nos condiciona el momento para hablar? ¿Es verdad que amamos la Creación en todas sus extensiones? ¿Qué nos pasa con “discernir los signos de los tiempos” cuando miles de árboles tardarán decenas de años en volver a renacer? ¿Qué no podemos decir ante las familias que lo pierden todo? Y surgen otras preguntas. ¿Con qué corazón acogemos a los inmigrantes? ¿Qué pasa por nuestro pensamiento cuando un médico nos cuenta que tuvo en sus manos la muerte por inanición de cientos de niños? ¿Qué pensamos de las víctimas de abuso y de trata? No son videos ni películas que vemos en nuestras pantallas.
¿Por qué silenciar?
Sería propicio poder discernir a cambio de qué cosas vamos silenciándonos. Todos, todos, todos. Y cada quien en comunidad.
El Pueblo de Dios, que peregrina en cada porción de tierra donde Dios quiso sembrar la Iglesia, tiene derechos y obligaciones. ¿Cuáles son los derechos que se enarbolan para justificar el silencio como obligación?
Siempre vemos como derecho evangélico el repetir a Pablo: “anuncio y denuncia”, “a tiempo y a destiempo”. ¿Qué denuncia nos hemos guardado? ¿Qué entendemos por a destiempo? Y también nos gusta recordar a Jesús sacando a los mercaderes del templo. ¿Es que ya sacamos a los mercaderes de nuestro corazón?
Hacer la del avestruz
Transar también quiere decir ceder. Ser cómplices. El silencio también hace al pecado estructural que nos envuelve y ante el que vamos cediendo cada día un poco más con justificaciones apretadas y engañosas.
Vamos silenciándonos a base de no ver al de al lado, al prójimo con el que tanto nos llenamos la boca, o al barrio pobre que sabemos que existe pero no visitamos.
En nuestro campo, es muy común decir “no hagas la del avestruz” cuando alguien no quiere ver algo o se esconde. Un mito. Los avestruces, o mejor ñandúes, al ser muy altos, pareciera que meten la cabeza en la tierra como si se escondieran, pero están preparando su nido.
Tenemos de todo como en botica. Mirar para otro lado lo que no nos gusta. Dejar que los constructores de paz sean otros. Justificar que los líderes se achiquen o se escondan ante las dificultades. Gestionar según lo que digan los medios más grandes y que más se leen. No querer ver que la trata y los abusos están dentro de una sociedad de la que somos parte. Ignorar el fuego tanto como el hambre.
Dios nos ayude a que hacer la del avestruz se convierta en hacernos nido para otros. Claro que hay que tener mucha altura, muchos arrestos, dar la cara y hablar con la verdad. Esa que siempre nos libera y, sobre todo, libera la dignidad de las personas.
Sin descanso
Vemos al Papa Francisco que no descansa ni tomando en cuenta sus años. Este hombre sigue ahí, al pie del cañón. Sin esconder la cabeza. Este pastor infatigable. Este Francisco único, inmenso, tenaz y trascendido. El Vicario de Cristo que, con los años que tiene de entrega y servicio a cuestas, supo sostener con osadía el Evangelio para la construcción del Reino.
Este hombre regalado por Dios para toda la Iglesia y todo el mundo, no se silencia, no esconde la cabeza, no vacila. Vive para mostrarnos que, para todos, anidar es el camino del Reino. Hay que partirse como el pan.
Si es cierto que en este año Jubilar estamos tomados por el lema “Peregrinos de Esperanza” y repetimos que “la esperanza no defrauda”, tratemos de no ser quienes defraudemos a la Esperanza, porque ella no sabe de silencios, ni de omisiones.
Para eso, es un deber y una obligación recordarnos todos los días que el fuego no descansa, la trata de personas no descansa, los abusadores no descansan, la injusticia no descansa y el hambre no descansa.
Rezar, amar y trabajar por el Reino. La iglesia de Jesús es la que hacemos todos los días y no está en los libros.
Nadie nos dijo que sería fácil.