Tribuna

El único santuario jamás destruido

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Mi rabino preferido siempre recuerda que la palabra hebrea para ‘matrimonio’ es qiddushin, que significa santificación. El pueblo de la alianza solo puede sellar los desposorios con un pacto de hierro: la ketubah. Es un contrato en el que el esposo acuerda asegurar el futuro de la esposa, incluida una dote, en caso de muerte o divorcio. Un documento tan importante que la Torá misma es simbólicamente la ketubah del desposorio entre Dios y el pueblo de Israel.



El papel de la esposa es central. La liturgia familiar, los preceptos alimentarios y la observancia de las reglas, no menos importantes para los judíos que la liturgia sinagogal, le son confiadas en gran parte a la mujer. Por su parte, el esposo está obligado a estudiar la Biblia y a observar las 613 mizvot o preceptos. La esposa está exenta de las mizvot positivas del ‘hacer’ que dependen de los tiempos que vienen señalados por la menstruación y los embarazos. La circuncisión, signo tangible del pacto de Abraham con el Eterno, concierne a los varones. Las mujeres no necesitan ese signo porque son portadoras de identidad, es decir, se es judío si se nace de madre judía.

Basta leer el Cantar de los Cantares para comprender que para los judíos el matrimonio es un pacto, pero también un placer. El judaísmo no es sexofóbico y quizás solo en esta religión existe una obligación explícita que promueve la intimidad de la pareja, la onah, según la cual es precepto para el marido satisfacer sexualmente a la mujer cada vez que expresa su deseo, incluso cuando esté embarazada, sea infértil y después de la menopausia.

Judios

Y si la infertilidad de la esposa puede ser motivo de divorcio, también lo es la incapacidad del marido para satisfacerla. El Talmud dice que “Dios cuenta las lágrimas de la mujer”, por eso, es mejor hacerla feliz… Para la religión judía, el matrimonio es por tanto amor, placer y proyecto de futuro, es decir, descendencia. De hecho, el sustantivo ‘hijo’ proviene de la raíz del verbo banà que significa construir.

Después de la destrucción del Templo, en los siglos de la diáspora, sin patria, sin jerarquía sacerdotal y a merced de discriminaciones y masacres, el pueblo judío conserva su identidad gracias al Libro, la Biblia y gracias a la familia, centro de transmisión de preceptos y valores. Sin el Templo, la familia toma su lugar y el padre y la madre se convierten en sacerdotes de una liturgia cotidiana que, sábado tras sábado, fiesta tras fiesta, transforma los afectos en identidad, conocimiento y garantía de supervivencia.

La familia es el único santuario jamás destruido.

*Artículo original publicado en el número de abril de 2022 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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