Tribuna

El Vaticano atraviesa la Gran Muralla China: a por el K2

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Meta volante superada. Con nota. Dentro de la larga marcha del Vaticano por el desierto comunista chino. Lo más parecido al Tourmalet, coronado. Ahora falta el Everest, esto es, el restablecimiento de los lazos diplomáticos. El de ayer no es el mejor acuerdo, pero es el mejor de los acuerdos posibles. Por eso hace historia. Imperfecto, pero realista. Satisfacción en el avión que llevaba a Francisco de Roma a Lituania. El minucioso encaje de bolillos, de vaivenes en las negociaciones, se resolvía ayer con una firma trascendental, con acepción divina incluida.

Francisco se introduce en la ruta de la seda comunista gracias al humus cocinado en décadas anteriores. Pero no menos cierto es que la impronta personal de Bergoglio, la eficacia del ‘primer ministro’ vaticano Parolin y el buen hacer de secundarios indispensables como Claudio Maria Celli, han reavivado los canales abiertos Juan Pablo II y Benedicto XVI. Pero, sobre todo, con el Papa argentino se ha aminorado el clima de suspicacias. China se fía hoy de Roma.  Aunque no deje de mirar con lupa. Entre otras cosas, porque saben que la Iglesia aterriza siempre con el Evangelio de la libertad bajo el brazo, con los derechos humanos, con la defensa de la dignidad del hombre y de la mujer. Que se lo digan a Maduro o Ortega, que tienen en los obispos, religiosos y en Cáritas al incómodo “Pepito grillo” a sus aspiraciones totalitarias.

Atar en corto

En Beijing no son ilusos y saben que no pueden presentarse ante el mundo del siglo XXI como una potencia represora de la libertad religiosa, aun sabiendo que han de atar en corto cualquier manifestación religiosa para que no se escape de su control. No cabe pensar que el Ejecutivo chino se comporte de un día para otro a la manera de cualquier país occidental en materia religiosa. Pero sí que se acerque.

Y la Santa Sede estaba llamada a acabar con una bicefalia que agrietaba la división entre esa Iglesia oficialista de la Asociación Patriota Católica que reza con el cartel de Mao al fondo y los cristianos clandestinos perseguidos por profesar en su credo la fidelidad al Papa de Roma. Por eso, la firma molesta a los católicos que ha sufrido en sus propias carnes el hostigamiento del régimen comunista. Pero marca el principio de una reconciliación interna que Roma se ha marcado como una máxima urgente: volver a la comunión eclesial.

Y es que la letra pequeña tiene más vericuetos que un préstamo exprés. No se sabe si la terna de candidatos la propondrá Xi Jinping o saldrá del Vaticano. O si habrá o no derecho a veto de uno u otro. Queda para ellos el detalle. Lo que está claro, es que a todos les ha tocado ceder. Es lo que tiene negociar. De primeras, ayer Francisco reconoció y levanta la excomunión a unos cuantos obispos ordenados por el Partido y sin mandato pontificio. A cambio, Beijing daba luz verde a esa misma hora a crear la primera diócesis católica en setenta años y se da por hecho que aceptará a los prelados disidentes.

Un diálogo fluido

Ten con ten para una Iglesia que no renuncia a la potestad de ordenar obispos, pero sí ha arrancado al Gobierno chino a hacerlo desde un diálogo fluido con el Ejecutivo. Un éxito poder moverse con tranquilidad en materia pastoral. Para moverse, para hablar, para decir. Con ese “gran hermano” que también tiene en Cuba y que se cuela lo mismo en forma de monaguillo, que de seminarista o portera. Pero con margen de maniobra suficiente para promover esa “cultura del encuentro” que tan bien gestiona Bergoglio.

San Francisco Javier se quedó a las puertas de China en el siglo XVI. En los 50, la apisonadora comunista de Mao Zendong acabó con tarjeta roja y expulsión para los misioneros católicos. En diez años se prohibiría toda actividad religiosa con la clausura de todo culto. Toda relación con la Santa Sede se esfumaba. Casi cinco siglos después, otro jesuita atraviesa la gran muralla. Poner un pie en el K2 está más cerca para Francisco.