Según las constituciones de las Hermanas Ursulinas del Sagrado Corazón de María, familia religiosa a la que pertenezco, “con el voto de pobreza asumimos un estilo de vida que implica la limitación y la dependencia del uso y disposición de bienes” (n. 41). Este voto nos pide que aprendamos a compartir –cada vez más– los bienes que tenemos para que “se conviertan en una expresión del don de nosotras mismas, signo de disponibilidad para la misión del instituto y de la Iglesia”.
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No significa que no haya cosas personales, sino que la acumulación de bienes no es nuestro estilo de vida, mientras elegimos “el compartir, la ley común del trabajo, un estilo de vida sencillo y sobrio, la salvaguardia de la creación” (n. 42).
Por elección, vivimos de nuestro trabajo y de la Providencia. No tenemos subsidios garantizados y esto nos enseña a administrar el dinero y los bienes con cuidado y respeto. Las religiosas aprendemos a pedir lo que necesitamos, pero también a respetar las diferentes necesidades de cada hermana al tratar de vivir juntas con sencillez. Compartimos nuestros salarios, los bienes recibidos, pero también capacidades específicas, tiempo, energía.
Algunas mujeres que conozco se convierten en acicate personal con preguntas abiertas sobre la coherencia con mi elección de vida, incluso en los momentos más inusuales. Así escucho las notas del violín de Lia que siempre llenan las calles de Vicenza con una elegante dignidad: también ella, como Rut la moabita, espera pacientemente el fruto de su “espigar”.
Podría reconocerlas en todas partes –esas notas –porque los delicados movimientos de sus manos dan elegancia a nuestros pasos apresurados y distraídos y nos recuerdan que la vida tiene una centralidad diferente.
Mujeres como Lia la violinista y Rut la moabita me ayudan a unir la vida con la Escritura en la constante búsqueda de la identidad de los “pobres de Jahvéh”, los anawim. Lia lo es hoy, Rut lo fue, incluso no siendo judías: ambas viven una profunda confianza, fruto de quien vive de lo esencial porque encuentra más allá la alegría de vivir. No solo eso. También me recuerdan los temores de mis padres cuando comenté mi intención de unirme a la congregación, hace ahora casi doce años.
Piedra angular
En mi vida como una joven monja dedicada a la comunicación, parece sin embargo que falta la pobreza. En parte es cierto: el miedo de mis padres era infundado porque nunca me ha faltado nada. Por otro lado, la especificidad de una vocación a la comunicación, vivida como una misión que me confió mi congregación y la diócesis en la que trabajo, me propone continuamente el encuentro con mi pobreza humana.
Me ha costado muchos años acoger y amar las heridas internas generadas por mi vida, pero todo lo que fue “la piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular” (Sal 118, 22) solo por la Gracia.
Ser una monja ursulina SCM da a mi vida un color particular, el de nuestro carisma: “Una atención particular a las situaciones de pobreza y marginación femenina” (n. 22). Las vocaciones de religiosa y comunicadora, combinadas, me piden que le dé voz a las voces femeninas que no tienen voz.
Escala de valores de la pobreza
Significa hacer una alianza de corazón que entreteje las historias personales de quienes atiendes con los condicionantes económicos: el apoyo escolar, el pago de gastos atrasados… pero también escucha y amistad auténtica.
La experiencia del trabajo subordinado, como comunicadora en la diócesis de Vicenza, me permite experimentar la satisfacción y la dignidad que puede ofrecer un trabajo, así como la complejidad del mundo del trabajo en Italia en 2020.
Sin embargo, mientras sigo viviendo el “aprendizaje” de quienes están al comienzo de una profesión, vivo en una posición privilegiada en comparación con otras monjas que conozco y que luchan por ver reconocidas sus capacidades profesionales y condiciones de trabajo dignas.
El voto de pobreza nos ofrece, en el fondo, la posibilidad de tener una escala de valores diferentes para acercarnos a los verdaderos pobres que, por muchos motivos, viven una vida de graves privaciones y falta de dignidad.