Me llama la atención que, desde hace tiempo, se ha desarrollado la costumbre de evaluar las señales negativas del historial de los candidatos a empleo; desde trabajadores de la empresa privada hasta personas designadas a puestos altos del Gobierno o candidatos a puestos electivos. De la costumbre que estoy hablando, lo que más me preocupa es que no parece que se evalúe con el mismo interés los aspectos positivos en la persona. Y esto ocurre en cualquier país del mundo.
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En el caso de nuestro proceso político electoral, la práctica a la que me refiero muestra una cara muy dolorosa; pues se une al interés de querer mostrar que el adversario político tiene cosas malas en su pasado y mientras peor sean, tal parece que es mejor para hacerle campaña en contra. Por supuesto, eso se complementa con la burla si el que es atacado presenta sus hazañas de lucha por el bien del país. Es como si en vez de pedir a cada grupo político que postule los mejores, para que el país escoja el mejor de todos, que se piense que eso no importa porque todos serán malos.
Pero quiero insistir que esa costumbre no se limita a la política. En el mundo del trabajo y en diversas instancias sociales, se ha desarrollado un gusto por el “fisgoneo” en vidas ajenas para descubrir cosas que exciten la morbosidad, que sirvan para el chisme, y para destruir la buena reputación. Tanto se ha empotrado esta dinámica en nuestra vida social y política, que hay quien intenta dar lecciones de sabiduría repitiendo aquello de “piensa mal y acertarás”. Por eso, perdemos la oportunidad de escoger las personas que podrían hacer muchas cosas buenas por la patria.
Buscar el bien
En este sentido, me pregunto: ¿Qué debemos entonces hacer cuando conocemos a alguien y nos enteramos que la vida de esa persona es un ejemplo de servicio a los demás, de lucha por los desamparados, que se ha entregado en alma, vida y corazón a buscar el bien? Recuerdo que antes se buscaba ese tipo de historias para enseñarlas a nuestros niños, de forma que aprendieran lo bueno de poner en práctica esos ejemplos. Teníamos por ejemplo, los paquines de vidas ejemplares y vidas ilustres. Así se educaba sobre el honor, el sacrificio, el trabajo honesto y el valor del sudor en las luchas de cada día. ¿No sería mejor volver, hasta donde se pueda, a aquella idea y reconocer el mérito de entregar la vida a los ideales nobles?
Más importante que no tener defectos; que todos los tenemos, es esforzarnos en caminar con la mirada puesta en las cosas buenas y en tratar de llevar una vida que sirva de inspiración a los que vendrán a sustituirnos.
Todavía yo era un muchacho cuando se puso de moda la canción del argentino Leonardo Favio ‘Esas cosas del amor’. Relataba el cuento de un joven enamorado que logró llegar al corazón de la muchacha. Era tal la alegría del encuentro que él se dijo “para mí que existe Dios”.
Por favor, si queremos de verdad que Puerto Rico y los demás países del mundo se levanten para construir un porvenir más digno, busquemos de verdad lo bueno que pueda haber en los demás, de manera que podamos tener otra vez líderes de los que podamos sentirnos orgullosos. Que no se diga, “ese candidato tiene todas las buenas cualidades, pero…”.
Necesitamos que, reconociendo los defectos, tratemos de emular lo bueno qué hay en los otros, porque, de verdad; existe Dios. ¡Dios es el bien y justicia en plenitud! Caminemos en la dirección de esa bondad y justicia para lograr un nuevo proyecto de vida en la patria que amamos. Porque, en cualquier país del mundo… “será el amor…”.