El papa Francisco nos ha regalado una hermosa reflexión sobre la alegría de ser santos. En el número 144 destaca los detalles en los que caía en cuenta Jesús y entre ellos la ofrenda de la viuda que, dando unas pocas monedas, dio todo lo que tenía en contraste con los que dan lo que les sobra, aunque den mucho más que esta mujer.
Acostumbrados como estamos a medir y a expresar todo en números, olvidamos contemplar las personas por encima de los objetos o de las posesiones. La alegría pasa justamente por considerar lo que somos y reconocer -una y otra vez- que Jesús nos mira siempre y valora todos nuestros esfuerzos.
Pensando en la frase “la mujer lo ha dado todo”, me recuerda a las mujeres cuando gestan un hijo… dan su cuerpo, lo dan todo, lo comprometen en bien de esa vida que Dios les pidió que custodien por nueve meses ¡y para toda la vida!
Esta imagen y el reconocimiento de Jesús nos invitan a “poner el cuerpo”, de eso depende estar en presencia de Dios. También el pasaje de la viuda nos da la certeza de que Jesús advierte lo mínimo, lo frágil y lo recompensa; como tampoco se le escapan las apariencias no para condenarlas, sino para enseñarnos la sencillez de corazón.
Darlo todo es la brújula para la santidad, para sentir el gozo de la presencia de Dios. Finalmente ese todo que damos no es propio, es lo recibido de otros, también de la mano de Dios y nuestro mérito es custodiarlo y saber darlo.
Tampoco estaría mal advertir con gozo la cantidad de “viudas del Evangelio” que andan por nuestras calles dándolo todo. El Evangelio está vivo en ellas.