La Experiencia Emaús o Retiro de Emaús tiene como fecha de nacimiento el año de 1976. La Iglesia vivía momentos complicados, en especial, en América Latina. Durante las densas y luminosas jornadas del Concilio Ecuménico Vaticano II, la Iglesia universal comenzó a indagarse abriendo su corazón al mundo.
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La Iglesia se observaba y permitía que la observaran con la finalidad de hacer más óptimo sus peregrinar por el mundo, que exigía las mismas respuestas, pero compartidas de manera diferente, más novedosa, más aptas para las necesidades del hombre contemporáneo. En esa dinámica se establece esta nueva evangelización y, de esa empresa, brota Emaús, nuestro Emaús.
Cuando Emaús surge de la mano de Myrna Gallagher, pero bajo inspiración del Espíritu Santo, la Iglesia católica, conducida por Pablo VI, intentaba concretar los objetivos establecidos por el Concilio Vaticano II. Tarea que no fue fácil. Las conclusiones que dejaron estas meditaciones consiguieron grandes y muy duras resistencias, incluso dentro de la misma Iglesia, por un lado, y por otro, complejas interpretaciones erradas que condujeron a muchos sacerdotes y religiosos, no solo a la violencia armada, sino a la muerte.
Cuando Emaús abría los ojos, Latinoamérica era una cruda fuente de injusticia, desigualdad, violencia, persecución y muerte que nuestra Iglesia debió enfrentar. También los avances del comunismo en Europa y los desequilibrios del capitalismo, abrían otros frentes de encarnizada lucha por el alma del hombre.
Emaús y la Iglesia en salida
Emaús surge entre las conferencias de Medellín (1968) y Puebla (1979) en cuyo corazón la Iglesia en América Latina decide su opción por los pobres, así como su carácter profético de denuncia ante las injusticias sociales que se multiplicaban descaradamente en estas tierras. Injusticias que eran promocionadas por los dos sistemas que gobernaban al mundo en ese tiempo: el capitalismo y el comunismo; sistemas que años después, Juan Pablo II, denominaría ideologías del mal.
Pablo VI en Evangelli Nuntiandi nos muestra el camino de una nueva evangelización del mundo contemporáneo, exaltado por la esperanza, pero a la vez perturbado por el temor y la angustia. Una evangelización que nos recuerda nuestro compromiso de vestirnos del hombre nuevo reconciliado con Dios, es decir, si lo vemos con claridad, son, de alguna manera, los objetivos de Emaús, y, de esa manera, hacer a la Iglesia más apta todavía para anunciar el Evangelio a la humanidad de este tiempo.
La exhortación del beato Pablo VI nos adelanta lo que viviremos luego en nuestros retiros y vidas posteriores: el intento de vivir plenamente las palabras que desvelan el secreto de Dios, su designio y su promesa, y por eso la transformación de nuestros corazones y destinos.
Oración y servicio
Emaús tiene como fuente de sentido la oración y el servicio. La Iglesia nos recuerda, así lo hace ahora Pablo VI, que uno de nuestros servicios es evangelizar, esto es: predicar la esperanza en las promesas hechas por Dios mediante la nueva Alianza en Jesucristo; la predicación del amor de Dios para con nosotros y de nuestro amor hacia Dios; la predicación del amor fraterno para con todos los hombres –capacidad de donación y de perdón, de renuncia, de ayuda al hermano– que, por descender del amor de Dios, es el núcleo del Evangelio; la predicación del misterio del mal y de la búsqueda activa del bien.
Como católicos comprometidos con el mensaje de Emaús, somos callejeros de la esperanza, de una esperanza que lleva en su espíritu un mensaje de liberación de las fórmulas concretas de injusticia social, desigualdad y violencia producto de estructuras de pecado enquistadas en el corazón del hombre que asume un poder temporal de espaldas al primado del amor de Dios.
Un mensaje de liberación sin ambigüedades ni reducciones, una liberación que perdería su originalidad si se prestara a ser acaparada y manipulada por los sistemas ideológicos y los partidos políticos. Recordemos que somos del mundo, pero no pertenecemos a él.
Ahora bien, ¿qué nos dice concretamente Evangelli Nuntiandi a los emausianos? Lo primero que nos dice esta exhortación de Pablo VI es que la fe viene de la audición, es la Palabra oída la que invita a creer. Recordemos el atento escuchar de Cleofás y el otro a lo que Jesús les iba diciendo.
Fue la Palabra de Vida la que les devolvió la fe que no estaba perdida, sino confundida, desorientada, humanizada. Nos toca evangelizar a todos, ya que todos somos, de alguna manera, semillas del Verbo. Si sabemos regarla con respeto, afecto, delicadeza y dedicación, esa semilla germina y crece. Paz y Bien
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela