Surge el recuerdo de Julián García Hernando –para los ecumenistas don Julián– al cumplirse el centenario de su nacimiento en el vallisoletano Campaspero el 16 de marzo de 1920. Pero no es el recuerdo ocasional de una fecha precisa lo que más importa, sino la pertinente evocación de su presencia activa, de su gesto bondadoso, de su mirada dulce, de su visión ecuménica en fin.
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
- Artículo completo solo para suscriptores
Por donde don Julián pasó fue dejando el rastro de su figura menuda y de su espíritu gigante, porque sabía derrochar el ingenio sin medida, el refrán bien traído, la gentil disculpa y el incondicional perdón ante el agravio intempestivo o el desdén fuera de tono.
Era la suya, sí, una cercanía entrañable a los acontecimientos puntuales en la vida eclesiástica española, de la que él constituía, más que un lujo –que también–, un exponente genial y una voz cautivadora en lo relativo a la causa de la unidad.
Don Julián sigue vivo en el recuerdo de cuantos le conocieron. Sus deliciosos editoriales en ‘Pastoral Ecuménica’, que él fundó en 1984, el Centro Ecuménico Misioneras de la Unidad –hoy Centro Ecuménico Julián García Hernando–, sus Misioneras y el delicado libro ‘La unidad es la meta, la oración el camino’ (1996), son el reflejo de su época. Y las cartas ungidas de Evangelio a las religiosas contemplativas, una sabrosa lección con vigencia en esta hora nuestra de globalización y posverdad.
Tenía una voz potente, limpia, siempre al servicio de su mucho saber y de su pulcro decir. Aquellas palabras suyas de raigambre castellana, incluso de acento teresiano en ocasiones, dichas con énfasis y pegadiza sonoridad desde su acostumbrada modestia, calaban hondo y a no pocos les llegaban corazón adentro. Su persona toda irradiaba sencillez y confianza.
Lo recuerdo con sus dones, más brillantes cuanto más recónditos. Ahora no más se me allega cordial y generoso al cálido regazo de la mente –erudición eclesial en mano y acopio evangélico a punto– tirando de anécdota ingeniosa, de recuerdo agradecido, de convivencia sin fronteras igual en las Jornadas de El Espinar que durante los Encuentros Internacionales e Interconfesionales de Religiosas, ideados al alimón por su gran amigo el metropolita ortodoxo Emilianos Timiadis y por él mismo.
Lo hacía con la soltura de haberse entregado de lleno a la Historia en sus años jóvenes de Segovia y Salamanca. Se valía de ese oportuno medio para mejor mantener el interés del interlocutor, pues de los entresijos ecuménicos nacionales e internacionales se lo sabía todo.