Como misionera estoy acostumbrada a pensar que marcharse a otro país, a otra cultura y a otra realidad es una experiencia que consiste en dar y recibir, un enriquecimiento de uno mismo a la vez que un don de uno mismo. Nunca pensé que la experiencia en Etiopía hubiera tocado tan profundamente mi fe y mi visión del mundo. Mi encuentro con el mundo religioso de Etiopía y con su tradición cristiana nació de la necesidad de comprender a la gente y la realidad que me rodeaba. Porque la experiencia de fe está profundamente arraigada en la vida cotidiana de los etíopes.
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Comencé a asistir a iglesias ortodoxas y a descubrir una forma diferente de creer, celebrar y vivir la fe en Jesucristo. Etiopía es un país de mayoría cristiana, con alrededor del 45% de los habitantes pertenecientes a la Iglesia Ortodoxa Oriental Tewahedo, que significa unitaria. Es una Iglesia antigua que se remonta en sus orígenes a la predicación de Frumencio, un joven que llegó a la costa del reino de Axum tras un naufragio. Ha estado vinculada durante siglos a la Iglesia copta egipcia de la que extrajo sus fuentes litúrgicas que evolucionaron hasta convertirse en la primera liturgia auténtica y puramente africana.
Una liturgia no es solo una forma de celebrar, sino que es la expresión de una fe y de una relación con el misterio de Dios. Está ligada al sentido de lo sagrado que impregna todo, incluso el jardín alrededor de las iglesias cuyos árboles no se pueden cortar, convirtiéndolos en un sugerente lugar de descanso, acogida y esperanza. Mi encuentro con la liturgia etíope se caracterizó por un profundo respeto, por una apertura de la mirada a la dimensión de lo sagrado y del misterio vivido y celebrado. Las liturgias se cantan en Ge’ez, el lenguaje litúrgico, formando un diálogo entre los celebrantes y la asamblea, basado en melodías que se remontan a Yared, una figura legendaria que desarrolló la música sacra a partir de revelaciones recibidas del cielo. A cada momento se acompaña un gesto ritual rico en simbolismo y colorido.
Cada participante en la liturgia tiene derecho a acercarse a Dios si bien es consciente de su propia realidad de pecado lo que le lleva a buscar una posición diferente en la asamblea, incluso físicamente. Todos tienen acceso a la protección divina, tanto los que están en el umbral de la Iglesia, o fuera de la valla, los que se sienten pecadores ante el gran misterio de Dios. He redescubierto una cercanía a Dios, –hecha de misterio y no de comprensión, hecha de corazón y emociones y no de racionalidad–, que surge de una celebración comunitaria, no dejada al celebrante sino como un trabajo en el que todos participamos con nuestros distintos papeles.
Liturgia llena de símbolos
Una liturgia llena de símbolos, como el Jueves Santo, cuando los sacerdotes lavan los pies con hojas de parra a todos los participantes en la liturgia, uniendo los símbolos eucarísticos al lavatorio de los pies. Cada momento está ligado a oraciones concretas y gestos, tanto de la asamblea como de los sacerdotes. Las mujeres no tienen acceso al presbiterio, como todos los que no son ordenados, pero la participación no es menor por ello, al contrario, son precisamente las mujeres que, con sus vestidos de fiesta y sus mantones blancos (netala), representan a la mayoría de los participantes en la esperanza de una vida y un futuro mejor. Entre ellas, he encontrado más de una vez acogida, consejo y generosidad, pero he percibido su fe profunda, sencilla, un poco mágica, y, sin duda, duradera.
Todo el mundo cristiano etíope se mueve en torno a la fe. Las celebraciones son momentos de celebración y de familia y la iglesia es un espacio comunitario porque la celebración pertenece a la comunidad y porque nos dirigimos juntos a Dios, a Él al que llamamos el Dios amante de la humanidad. Se proclama la liturgia eucarística como “poder y salvación, memorial de tu muerte y contigo. Y hemos visto el misterio de tu santa resurrección. Haznos herederos de la vida. Por ella, mantennos en esta hora en todo momento” (del Misal Etíope).
*Artículo original publicado en el número de julio de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva