Un hecho que ocurre una sola vez en la Historia argentina. Nuestra Iglesia no tenía diócesis primada, y en 1936 el papa Pío XI designó a Buenos Aires. Verdaderamente Santiago del Estero fue la primera diócesis del país creada en 1570 por otro papa llamado Pío, en este caso Pío V.
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Para este momento los santiagueños, junto a los hermanos de la vecina diócesis de Añatuya prepararon todo con oración y deseos de que fuese un encuentro evangelizador.
Regalo de ser Pueblo de Dios
La Iglesia argentina representada por laicos, sacerdotes, obispos, religiosas, monjas, seminaristas llegados de todas partes del país se unieron en una celebración en donde la liturgia contó con el color de la religiosidad popular y el folklore nativo. Muchos acudieron en caminata desde poblaciones vecinas, como el caso del Padre Pepe Di Paola quien junto a los feligreses de La Banda llegaron momentos antes del inicio de la Misa.
Los cantos fueron tomados de la Cantata Santiagueña, una creación de Los Carabajal y que lejos de sonar a espectáculo ayudó a todos rezáramos con el canto, incluyendo también una zamba en idioma quichua. La lectura de la Palabra fue precedida de una zamba en la que la pareja de bailarines la ofrendó. Se destacó además la presencia de varias mujeres entre los monaguillos y servidores del altar, como así también muchos servidores, la mayoría joven, dispuestos a olvidarse de ellos para que los demás estuvieran bien.
El pueblo que colmó la Catedral y la plaza vivó profundamente la Misa con cantos, silencios, aplausos y fraternidad.
La procesión de entrada estuvo presidida por las imágenes de la Virgen de Luján, la Virgen de Sumampa y el Cristo de Mailín al ritmo de la Canción “Entra a mi Hogar”, que Santiago, como Iglesia Madre, invitaba a todos a participar del regalo de ser Pueblo de Dios.
Los gritos silenciosos
Al comienzo de la Misa, el Nuncio Miroslaw Adamczyk leyó la Bula Papal por la cual se declara a la arquidiócesis de Santiago del Estero como sede primada de la Iglesia Argentina.
La Homilía de Monseñor García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires, denunció miseria y anunció esperanza. En hondo párrafo expresó: Curanos Señor, de la sordera que no nos deja escuchar el grito silencioso de los adolescentes y jóvenes esclavizados por la droga, victimas del narcotráfico, ese gran negocio de los mercaderes de la muerte; que escuchemos el clamor de los enfermos y los abuelos que están solos, y que no les alcanza para sus remedios; curanos de la sordera que nos imposibilita escuchar el dolor de las lágrimas de los hermanos migrantes alejados de su tierra y sus afectos; que también podamos escuchar a tantos niños que en sus ojos tristes denuncian silenciosamente hambre y maltrato. Tanto dolor, tanto sufrimiento que clama al cielo; Argentina nos duele hace años, Argentina sangra, y necesitamos sanar heridas. Por eso Señor, como a aquel enfermo del evangelio, llevanos aparte, poné tus manos sobre nosotros, curanos con tu delicadeza y ternura. Por favor ¡Señor, danos otra oportunidad!
Acogedora y servidora
Las palabras paternales de Monseñor Bokalic, ahora arzobispo de Santiago del Estero, tuvieron la calidez suficiente para decirnos que ser primero o primado es ser servidor y que ser madre es ser acogedor. Mostró también una Iglesia que se entiende y se vive desde las periferias.
Expresó entre muchas lindas palabras que “La Iglesia también, urgida por el ejemplo y estilo de Jesús, siente permanentemente el llamado de salir hacia las fronteras, mirando la realidad no desde los centros sino desde las periferias, dejando lugares acomodados, de cierto confort, de mayores oportunidades e internarse en sitios más alejados, desconocidos y ninguneados”…” “Una Iglesia que es madre va por el camino de la ternura. Conoce el lenguaje de tanta sabiduría de las caricias, del silencio, de la mirada que sabe de compasión, que sabe de silencio. Y, asimismo, un alma, una persona que vive esta pertenencia a la Iglesia, sabiendo que también es madre debe ir por el mismo camino: una persona dócil, tierna, sonriente y llena de amor”.
La Celebración terminó, después de concluida la Misa, con una chocolatada con pan casero y facturas en la plaza servido por soldados de Gendarmería acompañadas por cantos, bailes y representaciones.
La Madre de ciudades y ahora Madre de Iglesias invita a caminar todos juntos desde las periferias y con estilo sinodal acompasando nuestro paso con el de Jesús.