El siguiente texto es la transcripción de la homilía brindada por el P. Xavier de Aguirre a alumnos del Colegio Marianista de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
El tiempo de cuaresma que dura 40 días –número simbólico, altamente simbólico para la fe cristiana y para el mundo judío–, desde el miércoles de cenizas hasta el jueves Santo, es un tiempo propicio para parar la pelota, para detenernos, para mirar un poco la cancha de nuestra vida, nuestra situación. Creo que al menos hay tres niveles en los que se puede vivir y jugar la cuaresma.
- Hay un nivel que podríamos decir que es jugar en la tercera. Es lo básico que apunta a la conversión moral, a ser más buenos, como casi todos nosotros hemos aprendido. Hacer una pequeña revisión de vida y de nuestros actos, acercarse al sacramento de la Reconciliación, pedir perdón de nuestras equivocaciones y, básicamente, apuntar a mejorar alguna de nuestras acciones. Sobre todo, no equivocarnos tanto, no lastimar a los demás. Y eso ya es bueno.
- Pero los que seguimos a Jesús, hace tiempo hemos ido descubriendo que la cuaresma puede ser un tiempo propicio, muy bueno, para no quedarse simplemente jugando en la tercera. Podemos decidir intentar jugar en la segunda, apostando ya a trabajar alguna de las actitudes profundas de nuestra vida, de nuestra manera de encarar la forma en que vivimos. Es un trabajo más espiritual: elegir algún punto, tomar algún libro de referencia, elegir alguna dimensión, algún área de nuestra vida en la cual nosotros queremos mejorar profundamente. Cuando la Iglesia propone la limosna, el ayuno y la oración, en realidad está haciendo referencia a las distintas dimensiones de la persona. Entonces cada uno de nosotros puede elegir una de esas dimensiones y trabajarla a lo largo de los 40 días, a partir de la reflexión, de la oración, del acompañamiento de algún sabio o de algún profesional; ir chequeando con la propia comunidad o con alguien es esa área de nuestra vida. Esta dimensión que queremos trabajar y mejorar nos permitirá llegar a la fiesta de Pascua, con alguna luz nueva. Será una Pascua fantástica, novedosa, habrá algo nuevo realmente que celebrar.
- Sin embargo, hay otro nivel más profundo. Cuando los cristianos hablamos de “conversión” –en el Nuevo Testamento la palabra griega original es ‘metanoia’– hacemos referencia a un cambio más profundo que el de nuestras acciones y/o actitudes. Obviamente las incluye, pero va más al fondo. Es un cambio más profundo porque ‘metanoia’ significa “cambio de mentalidad, de posicionamiento vital, cambio de paradigma y de perspectiva desde la cual se mira, se lee y se siente el mundo”. Implica abrirnos a girar, a mirar desde otro lado, a movernos hacia la perspectiva desde la cual veía todo Jesús de Nazaret que es nuestro Norte. Y eso ya es jugar en primera un cambio profundo y revolucionario. Es animarnos a tocar nuestra ideología dominante desde la cual entramos en el misterio de los otros, en nuestra propia existencia, en el sentido de la vida, y en la misión existencial. Eso sí, ¡qué difícil es! Yo diría que es casi imposible porque ahí estamos hablando de un fondo con un montón de elementos inconscientes, del subconsciente, lleno de mandatos hasta intrauterinos. Esa “mirada” está llena de cosas que hemos ido recibiendo lo largo de toda nuestra historia, desde el primer año de vida, con mandatos parentales ancestrales, toda la educación formal que nos ha ido formateando nuestra manera de pensar y de percibir el mundo. Incluso la escala de valores se fue armando a partir de lo que los otros nos decían qué estaba bien y qué estaba mal. Y nosotros descubrimos que era “bueno” para que nos quisieran, nos aceptaran y nos integraran. Pero una vez adultos, nos damos cuenta que muchas veces nuestra ideología dominante, nuestra perspectiva, nuestro paradigma existencial poco tiene que ver con el paradigma de Jesús y del Evangelio. Muchas veces nos encontramos pensando más como piensa el mundo o con los valores que propone el mundo: alguno correctos y otros realmente torcidos. Pero no es la escala de valores que manejaba Jesús que ponía por sobre todo al reino de Dios, al otro, a los demás, al sufriente, al pobre, a la Madre Tierra creada para toda la humanidad. ¡Cambiar la ideología es jugar en primera!
¿Cuál es el real problema, entonces? Que los partidos de primera no dependen exclusivamente de nosotros. Es un don de Dios convertir la mirada personal. ¿Qué podemos hacer? Podemos abrir nuestras puertas interiores y nuestras ventanas del corazón durante la cuaresma. Y cuando Jesús pase y las vea abierta, tal vez entrará con mucho cuidado, pidiendo permiso, con los pies descalzos y en puntas de pie.
Así entre Dios a nuestro misterio. Nunca avasalla ni invade, pues respeta nuestra libertad a rajatabla. Lo único que sí podemos hacer es en este tiempo de cuaresma, entrenar como los de primera: abrir nuestro misterio, abrir nuestra libertad y nuestra intimidad, exponernos al paso del Señor. Tal vez nos regale algo de su mirada o nos ayude a movernos hacia otro paradigma más humano, y por lo tanto, más divino. Si esto sucede, ¡la próxima Pascua será un verdadero adelanto de la Resurrección final, será una goleada!