Demasiado ruido. Demasiada luz, cuando todavía el día acorta y la noche avanza en su extensión. Demasiado movimiento cuando la quietud debería sentirse como una caricia en la piel. Mucho de todo lo que molesta. Demasiado.
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La prisa tampoco ayuda. Todo tiene que ser rápido, como si quisiéramos ganar tiempo. La cuestión es qué hacemos con ese tiempo ganado con prisas. Lo utilizamos para hacer, hacer, hacer… No para vivir, ni sentir, no para crecer y compartir. Tiempo ganado con prisa para tener prisa en gastar tiempo en hacer.
Tiempo para disfrutar
Hay que resistir. Y estoy convencida de que la resistencia a la prisa, es decir, vivir con lentitud, es una auténtica revolución porque nos da la posibilidad de interiorizar. Un lujo en la época que vivimos.
La lentitud no es pereza. Es tiempo y oportunidad de disfrutar, aunque sea de tareas cotidianas, hechas con la cadencia que da el ritmo lento que nos permite disfrutar, apreciar, valorar. Lo que pasa es que vivimos para conseguir metas, no para abrir sendas y hacer caminos. Menos todavía para gustar sentimientos. Queremos resultados, no procesos.
Dios se tomó su tiempo en la creación. Disfrutaba de la luz, del cielo, del agua, de las estrellas, del sol, de la luna, de los animales, viendo que todo era bueno. Día a día. Y llegó el hombre y disfrutó más porque vio que era muy bueno.
Estamos en Adviento
Hacer una foto requiere tiempo, tranquilidad, espera. Conocer a alguien requiere tiempo, tranquilidad, espera. El deseo requiere tiempo, tranquilidad, espera. Cocinar, leer, escribir, aprender, dibujar, querer, amar… Todo requiere tiempo, tranquilidad, espera… También la alegría requiere tiempo, tranquilidad y espera.
No por mucho madrugar amanece más temprano, como dice nuestro refranero. Hay que aprender a darle tiempo al tiempo. Y todo esto para recordarnos que estamos en Adviento, no en Navidad. Llegará, pero a su ritmo y en su momento. Con tiempo, tranquilidad y espera.
De momento es Adviento. Solo eso…