Tribuna

Es justo y necesario…

Compartir

Cada vez que celebro la Eucaristía por un difunto, pienso especialmente en las gracias que tenemos que dar por la persona que ha fallecido, por lo que Dios nos ha regalado por ella y cómo han ayudado a mejorar el mundo desde su pequeño grano de mostaza.



El 7 de agosto fallecía Pepe Rodier, Hijo de la Caridad. Unas horas antes fallecía Lola Teruel, una religiosa que trabajó muchos años en Fuenlabrada y en el seminario de Madrid. Personas que dejaron la vida en este Sur de Madrid donde la Iglesia caminaba en escasez. Al día siguiente visite a otro sacerdote, Vicente Rico, hombre entregado hasta la enfermedad en las parroquias de este Sur. Antes de irnos los dos sacerdotes que estábamos con él nos bendijo, como hizo Abraham con Isaac. Fue un momento de ternura y de sentirnos continuadores de esa entrega.

Unas palabras desafortunadas

Un par de días después, buscando por internet un artículo sobre Pepe Rodier, me encontré con un comentario desagradable sobre él, de alguien que ni si quiera le conocía, y me sonaba aquello de la Escritura, No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque seréis juzgados como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros” (Mt 7, 1). No pude evitar sentir que me tiraron una piedra como aquellos que quisieron lapidar a la mujer pecadora porque se creyeron mejores que ella.

El fallecido Pepe Rodier, durante una eucaristía

El fallecido Pepe Rodier, durante una eucaristía

Me surgió la necesidad de escribir algo sobre estos y otros muchos consagrados, que optaron por la periferia de la capital, por ir a los lugares donde nadie quería ir. Mis padres emigraron desde Toledo con una hija entre sus brazos y se establecieron en Fuenlabrada, donde nos criaron a los 6 hijos con mucho esfuerzo. En aquellos años solo había una parroquia, las ciudades empezaron a crecer, y ya el arzobispo Morcillo creó las primeras parroquias, tarea que continuó el Cardenal Tarancón.  Había que mandar sacerdotes que hicieran presencia eclesial y evangelizaran los barrios obreros y los pueblos que pasaban a ciudades en días. 

Muchos no quisieron venir. ¿Cómo iban a ir a la lejanía de la capital? ¿cómo se mancharían sus zapatos con barro? De los sacerdotes que llegaron, muchos eran recién salidos del seminario. Otros llegaron siguiendo a sus familias y otros, dejando las grandes casas de su congregación, fueron a donde nadie quería ir, religiosos que se establecieron por opción. Y también religiosas dejaron su vida cómoda y optaron por comunidades de pisos como unas vecinas más.

Construir un hogar

Todos ellos llegaron jóvenes, con ganas e ilusión por construir una Iglesia insertada, encarnada en la realidad, mostrando un rostro distinto de la Iglesia que algunos dejaban atrás. Una Iglesia de mano tendida, de escucha, de lavar las heridas, de elevar la voz contra las injusticias, abriendo la Iglesia para el barrio. El sur hubiera sido totalmente distinto sin esa presencia de la Iglesia. Sin ellos no hubiera habido comunidades vivas, capaces de anunciar con vitalidad y ganas, con la pobreza y la austeridad de medios, y con edificios e iglesias que se construían rápidamente de maneras distintas para poder atender a las diversas necesidades.

Estos consagrados y sacerdotes dieron todo y lo mejor que tenían, gastaron toda su vida y regaron con su sudor la semilla plantada. Sin duda también se equivocaron, pero ¿quién no lo hace? Con el paso de los años a lo mejor hubieran hecho otras cosas, pero lo que sí hicieron fue entregarse, para ser el grano que muere y para dar fruto.

La sabiduría de los mayores

Cuando se creó la diócesis de Getafe en 1991 vinieron otros sacerdotes, otros consagrados. Algunos cayeron en la tentación de derrumbar lo construido, otros creyeron que no se había hecho nada, y algunos que éramos sacerdotes jóvenes caímos en el pecado de juventud, “que yo lo voy a hacer mejor”. Al final descubres que los mayores tienen mucho que enseñar y uno tanto que aprender, haciéndose junto a ellos sacerdote de Jesucristo.

Caritas

Por eso estas letras. Perdón por no reconocer toda vuestra entrega, por no dejarnos llevar de la mano por vuestra sabiduría y la fuerte experiencia de Dios. Gracias por ser modelo de sacerdotes unidos a la Iglesia incluso cuando no os sentíais acompañados. Pasa como con los padres: cuando mas os necesitamos Dios os llama a su presencia para descansar como buenos siervos. Desde la comunión de los santos interceded por nosotros. Mientras ofreceremos la Eucaristía y nuestra oración por vuestro descanso.

Es justo y necesario darte gracias Padre por Justino, Luis, Mª Jesús, Lola, Juanjo, Bernardo, Abilio, Inés, Cayetano, Antonio, Irene, Ramón, Gregorio, Pepe, Jesús, …


*Aurelio Carrasquilla es vicario episcopal de Caridad de la Diócesis de Getafe