Los primeros nombres son los de nobles romanas como Sabina, o de mujeres jóvenes como Prudenciana y Práxedes, mártires en nombre del ideal de vida que habían elegido: ascesis, oración y estudio de la Escritura. En tiempos de Jesús hablamos de mujeres anónimas y ascéticas, como las hijas de Felipe que viven siendo vírgenes en su propia casa, y las discípulas de Pablo. En su historia encontramos los primeros rastros de vida consagrada femenina.
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A lo largo de los siglos, monjas, religiosas y apóstoles laicas seguirán respondiendo, Evangelio en mano y con diferentes fórmulas, a las preguntas que la vida y la sociedad se plantean. A veces se les ha visto con sospecha o algo peor. Como Teresa de Cepeda y Ahumada, “mujer inquieta, errante, desobediente y contumaz” para el nuncio apostólico Filippo Sega. Ella, Santa Teresa de Ávila, es Doctora de la Iglesia desde 1970. Hoy las nuevas experiencias de consagración miran hacia adelante, más que hacia atrás, sin identificarse con antiguas fórmulas eclesiales.
“No quieren ser Órdenes, ni Congregaciones religiosas, ni Institutos seculares ni Sociedades de vida común. En el centro está el deseo de volver a la experiencia de los Hechos de los Apóstoles y a la comunidad de vida, dejando de lado las distinciones y estructuras jurídicas que antes constituían uno de los pilares de la vida consagrada. La característica principal es que son mixtas, un único instituto donde hombres y mujeres viven y rezan juntos, y no dos comunidades separadas”, afirma el sacerdote Giancarlo Rocca, paulino, uno de los mayores expertos en el mundo religioso, autor de numerosas publicaciones y de un censo de nuevas comunidades publicado por la Urbaniana en 2010 y que se actualiza periódicamente. El texto presenta alrededor de 800 realidades, desde 1960 hasta hoy, incluidas aquellas que han desaparecido, porque, explica el autor, han intentado trazar un nuevo camino.
“Si consideramos la presencia hombre-mujer de manera absoluta serán alrededor de cincuenta. Hoy hablaría de 600-700, arraigados en el mundo occidental”. Del censo se desprende que se trata de entidades que alcanzaron el pico de sus fundaciones en las décadas 1970-80 (190) y 1980-90 (222). El mayor número nació en Estados Unidos (205), Italia (200), Francia (161), Canadá (47), Brasil (44) y España (20). Faltan datos de América Latina, Asia y África, donde las “formas típicas” de vida consagrada resisten, porque la vida religiosa, como en el siglo pasado en Occidente, sigue siendo fuente de emancipación porque ofrece a las mujeres la posibilidad de estudiar y trabajar.
Según el anuario pontificio de 2023, de 608.958 religiosas profesas, el 33% vive en Europa, aunque con una edad media muy avanzada; sigue Asia (175.494 consagradas); y América (145.206). En comparación con 2020, hay un descenso general del 1,7%. Afecta a Europa, América y Oceanía (-3,5%), mientras que crece el número de religiosas en África y Asia, que pasa del 41,1% al 42,3%. En el volumen sobre nuevas comunidades las cifras provienen de censos locales, publicaciones, artículos e internet, datos verificados mediante el contacto directo. No hay otros datos porque el Dicasterio que se ocupa de la vida religiosa no facilita ninguno, ya que se trata de “formas atípicas” respecto a las establecidas por el Derecho Canónico.
Familia eclesial
La fórmula que se utiliza a nivel oficial para algunas de estas nuevas realidades, desde hace unos treinta años, es la de “familia eclesial” que está ligada, por un lado, a la inmensidad de la familia monástica medieval donde bajo la autoridad del abad convivían conversos, siervos, oblatos… y, por otro, a la experiencia de los “monasterios dobles” que se prolongó durante varios siglos (entendiendo por familia un grupo masculino y otro femenino, donde no todos los miembros están consagrados).
Una definición que se queda corta para realidades nuevas porque así “ya no existe la aprobación como un solo instituto, sino que el grupo de hombres y el grupo de mujeres se convierten en dos institutos independientes, unidos por un presidente que no puede mandar internamente en cada instituto”. Mientras en el pasado Congregación aceptaba que el coordinador general fuera una mujer siempre que el vicario fuera un sacerdote o viceversa, ahora el Dicasterio no lo estima posible.
Las raíces de estas nuevas realidades se inspiran en las grandes experiencias espirituales patrimonio de la Iglesia –influencias jesuíticas, franciscanas, dominicanas– otras tienen sus raíces en el movimiento carismático o en la experiencia de Medjugorje. Muchas fueron fundadas por personas casadas y jóvenes, de 35 a 40 años. Desde hace tiempo se espera un documento del Vaticano con una declaración oficial.
La entonces Congregación ha organizado tres congresos internacionales para perfilar algunos elementos comunes, positivos y menos positivos. Rocca enumera algunos de ellos. Por ejemplo, los pros y contras de la vida común de hombres y mujeres juntos, de la multivocacionalidad y de la presencia de personas consagradas, de matrimonios, de laicos, en definitiva, estados de vida diferentes.
Trabajo voluntario
Otra característica de las nuevas realidades es que no tienen obras educativas u hospitalarias específicas como antiguamente, es decir, no realizan un apostolado como comunidad. Algunas consideran el compromiso de los miembros como un trabajo voluntario que se decide a nivel personal privado, con votos renovables cada año o por tiempo indefinido, que puede disolverse a nivel personal, sin intervención de la autoridad eclesiástica externa. Se privilegia la presencia en la Iglesia local lo que supone la recuperación de la diocesanidad.
En estas realidades es central la vida de oración comunitaria y personal, la obligación de la vida común y la visibilidad exterior, adoptando el hábito religioso. En algunos aspectos “van por delante, porque para las mujeres existe la posibilidad de predicar, de ocupar cargos dirigenciales, de dar dirección espiritual o de impartir ejercicios espirituales. Tienen un gran sentido de la hospitalidad y del compartir y se preocupan por la cultura. Como todas las realidades nacientes, pueden correr el riesgo de cierto fundamentalismo”.
Las nuevas comunidades, explica Rocca, están avanzando, pero aún no hay un reconocimiento oficial. “No hacen depender su vida del reconocimiento. Y siempre se fundan otras nuevas. Cuando el Vaticano reconozca las nuevas estructuras, entonces verán cómo configurarse jurídicamente, como sucedió con las congregaciones religiosas y los institutos seculares”.
Durante mucho tiempo, los miembros de los nuevos institutos no fueron reconocidos ni como religiosos ni como religiosas, porque el criterio vaticano estaba ligado a los votos solemnes y a la regla de vida. Y continuaron con su labor, aunque su reconocimiento se produjera más tarde. “Lo importante era la vida, la consagración y el apostolado, no el reconocimiento oficial. La Congregación de los Religiosos aceptó los votos temporales e intervino para suprimirlos (la profesión se hacía con la fórmula ‘mientras permanezca en el instituto’) después de 1920”, concluye Rocca. Hay ejemplos como el de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl y Luisa de Marillac. Ante la elección impuesta por Pío V, que en 1566 con la bula Circa pastoralis officii decretó que las verdaderas religiosas fueran solo monjas de clausura, optaron por dedicarse a cuidar de los pobres haciendo votos privados cada año.
Virtudes viriles
En Roma existían las oblatas de Tor de’ Specchi, con Santa Francisca de Roma, dedicadas a la contemplación y la caridad. “También había sitio para ellas”, comenta Grazia Loparco, historiadora y profesora de la Facultad Auxilium, miembro del Comité de dirección de ‘Donne Chiesa Mondo’. “Esta variedad es propia de la vida religiosa femenina: cuando sienten que hay formas que responden a una llamada, las mujeres saben defender sus razones frente a los cánones de la Iglesia. Renuncian al reconocimiento formal, porque ante todo está el interno. Es evidente en la modernidad, con las congregaciones religiosas femeninas. Pienso en Caterina Volpicelli, Clelia Merloni o Francesca Cabrini, mujeres que sienten la urgencia de dedicarse a la misión educativa o caritativa, como expresión de su fe”.
La memoria se remonta más atrás, a las mártires cristianas que reforzaron el testimonio femenino en la comunidad: “Los obispos en los primeros siglos tuvieron que admitir que las mujeres, consideradas frágiles y no a la altura de los hombres, tenían virtudes “viriles”, en el sentido de que el Espíritu Santo les daba fuerza ante las pruebas. La virginidad y el martirio eran la combinación ganadora”, afirma Grazia.
¿Y hoy? Más de 400 institutos han desaparecido desde el Concilio y en los últimos años el Dicasterio contabiliza unos 500 institutos, en su mayoría femeninos, que están en vías de extinción. Los problemas van desde el cuidado de las monjas ancianas hasta la reutilización de las propiedades. Si los carismas permanecen, el servicio parece agotarse con los años.
Hacia una única misión
Según Loparco, “un hecho recurrente en la Iglesia es que cuando aparecen nuevas formas que parecen más sensibles a las necesidades del presente, no supone la eliminación de las anteriores. Las congregaciones religiosas del siglo XIX no sustituyeron a los monasterios, que fueron la primera forma de vida común para las mujeres consagradas. Han disminuido, pero todavía existen. Porque en esa forma de vida encuentran sentido las personas que se sienten impulsadas a seguir al Señor. En el siglo XX llegaron los institutos seculares que prescindieron del hábito religioso, de la vida comunitaria o de las actividades realizadas en común y se centraron en el testimonio personal en la vida cotidiana, no supusieron la eliminación de las formas anteriores”, afirma Grazia.
Hoy son necesarias las Congregaciones activas en contextos donde el Estado es incapaz de atender las necesidades de las personas, “principalmente de los más desfavorecidos y en especial de las mujeres. Es la razón por la que nacieron en el siglo XIX y su importancia en las periferias del mundo”.
Está cambiando una forma o un tipo de vida religiosa, pero aún no está claro hacia dónde va. La forma o estructura varía, pero la vida ascético-religiosa continúa. Y las nuevas comunidades “responden a las formas de pobreza de contextos desarrollados y espiritualmente ‘anémicos’ y se centran en la vida común, el acompañamiento espiritual, la escucha y el diálogo. Y esto habla del Evangelio, de vocaciones personales para la edificación de la Iglesia”, asegura Loparco. Expresan un elemento profético: “Son hombres y mujeres que, en nombre del Evangelio, viven una comunión y una misión superando los conflictos presentes en la sociedad. Hoy la vida religiosa es signo de que es posible trabajar y vivir juntos, fundamentados en la fe, caminando hacia una única misión”.
*Artículo original publicado en el número de febrero de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva