En la encuesta aquí incluida sobre el comportamiento electoral del votante católico aparece que lo que más preocupa a los votantes es la economía (18,9%), tras ella viene la protección de la familia (12,7%), la unidad de España (12,3%), las políticas sociales (11,5%), el derecho a la vida (9,0%) y la sanidad (7%). El resto de las preocupaciones no supera el 4%. A primera vista, no deja de ser extraño ese exiguo porcentaje de la sanidad, teniendo tan cercana la pandemia y sabiendo lo tensionada que ha quedado.
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Sin embargo, no me extraña que gane lo económico, pues vamos de crisis en crisis, que especialmente afectan a los jóvenes y a la mayor parte de las familias de ingresos modestos. Consciente de ello, yo me arriesgo a formular la intuición de que esta vez lo más determinante va a ser algo que no figura explícitamente en la encuesta: la preocupación por la división/polarización de la sociedad, junto al deterioro de las instituciones básicas del Estado, que en gran medida ha sido causada por el “todo vale para mantener el poder” que ha practicado el Gobierno de coalición.
Esa preocupación la englobo bajo el término “nuevo nihilismo” de la vorágine legislativa, donde descuellan la ley del “sí es sí” y la ley trans; dos leyes que han hecho mucho ruido y no han pasado desapercibidas, como sí ha sucedido para la gran mayoría con la del aborto o la de la eutanasia, aprobada con poquísimo debate, dando por hecho que el consenso social está más que logrado. Ese nuevo nihilismo “universaliza todo anulando y desmereciendo particularidades o afirmándolas con tal violencia que logran su destrucción” (Bergoglio).
La primera ley ha causado honda conmoción al facilitar la disminución de penas a abusadores y violadores, agravada por la contumacia de gobernantes empeñados en mantener y no enmendar sus errores técnicos o ideológicos, adjudicándoselos a otros (jueces y periodistas) cuando los hechos eran arrolladores. La segunda, so capa de bien, casi ha convertido el género en un producto que cada cual puede construir cómo y cuándo quiera; el caso de menores que pueden autodeterminar su género sin contar con los padres es espeluznante y con toda razón conmociona a las familias con hijos pequeños.
Muchos hemos asistido impotentes a una utilización del poder para la deconstrucción antropológica, la alteración del significado de la corporalidad y la laminación de los vínculos fundantes. Al tiempo que se elevaba el valor de la vida animal, se daba rienda suelta a la imagen de un ser humano que se cree “libertad radical” y “proyecto de sí mismo”, y concibe “la voluntad propia como la única norma de la acción, pues la voluntad puede querer todo y tiene la posibilidad de poner en práctica todo lo que quiere” (CEE, El Dios fiel, 45).
Otra temática me llama la atención en la encuesta: una significativa mayoría (61,8%) de los que votaron a Vox en 2019 cree que su fe personal y principios morales condicionan su voto, y exactamente el mismo porcentaje piensa que uno de los partidos que concurren a las elecciones –se supone que su preferido– representa hoy los valores del Evangelio. La mitad de esos votantes dicen tener muy o bastante en cuenta los pronunciamientos de la jerarquía católica.
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