En la carta encíclica ‘Ecclesia de Eucharistia’, san Juan Pablo II nos plantea que la Iglesia recibió directamente de Cristo la Eucaristía, no únicamente como un don entre tantos otros, sino como “el don por excelencia”, porque ―es un don en sí mismo, de su persona en su santa humildad y, además, de su obra de salvación. Esta no queda relegada al pasado, pues “todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos”.
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Precisamente por eso el ‘Catecismo de la Iglesia’ lo reconoce como riqueza inagotable que se expresa mediante distintos nombres y cada uno de esos nombres evoca algunos de sus aspectos. Partiendo de allí, tomemos dos, por ejemplo, que comprendo como los más próximos al capítulo de los discípulos de Emaús. Estos nombres son: Banquete del Señor y Fracción del Pan.
Banquete del Señor o Fracción del Pan
Se le llama ‘Banquete del Señor’ porque se trata de la Cena ―que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión y de la anticipación del banquete de bodas del Cordero en la Jerusalén celestial, así queda definido en el Catecismo. De la misma manera queda definida la ‘Fracción del Pan’ como un rito propio del banquete judío ―utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia, sobre todo en la última Cena. Podemos resaltar que este gesto, al parecer, era muy practicado durante la comunión con los discípulos, sin duda no con la carga sobrenatural de la última Cena, pero sin duda con el mismo amor.
Con esta expresión los primeros cristianos “designaron sus asambleas eucarísticas. Con él se quiere significar que todos los que comen de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con Él y forman un solo cuerpo con Él”. Por medio del pan y el vino, Jesucristo nuevamente se ofrece como un amor capaz de llegar al extremo, un amor que no conoce ni medida ni frontera, puesto que se trata de un amor que jamás se consumirá.
Quédate con nosotros, Señor
“Quédate con nosotros, Señor” (Lc 24, 28-29) y el Señor se quedó con ellos y con nosotros en la Eucaristía. Por medio de ella, los hombres podemos sentir la experiencia de Dios como fundamento de nuestra experiencia humana. Uno de los momentos en los cuales nos sentimos más radicalmente nosotros mismos es durante la Eucaristía, donde vivimos a fondo nuestra experiencia del amor, de la fidelidad y de la esperanza. En toda experiencia humana profunda, el hombre se ve remitido siempre a Dios y, yendo más allá de sí mismo, toca el misterio de Dios que lo rodea. La Eucaristía es uno de esos momentos profundos de nuestra existencia, pues, de alguna manera, en ella logramos experimentar nuestra última soledad. Nos hallamos frente a la experimentación profunda de los límites de la razón humana.
El capítulo de los discípulos de Emaús, Lucas 24,13-35, no hace otra cosa que exponernos ante estas cuestiones. Nos muestran el camino eucarístico como contingencia existencial para hacernos más sensibles ante la posibilidad de experimentar a Dios desde lo más sublime hasta lo que consideramos insustancialmente cotidiano, con la finalidad de invitarnos a vivir una vida en permanente atención, atentos a la escucha, abiertos a la certeza de lo insondable, de lo inexpresable, de la verdad que representa el acercamiento íntimo de Jesús en nuestras vidas. Paz y Bien
Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela