Un niño preguntó a su padre: – Papá ¿qué es ser raro? – Es no ser como nosotros hijo. El pequeño volvió a preguntar – ¿y qué es ser culto? – Es ser como nosotros hijo.
- Consulta la revista gratis durante la cuarentena: haz click aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
- LEE Y DESCARGA: ‘Un plan para resucitar’, la meditación del papa Francisco para Vida Nueva (PDF)
Después de cautivar a mi lector y sonreír al leer lo que escribí, no me equivoco al decir que es un ejemplo corriente. Ejemplo y actitud que muestran bastante auto referencia, porque mi receta es lo que define lo normal, lo bueno, lo correcto, lo que debe ser.
Aquí me referiré al concepto más global de cultura con el que se denomina a un conjunto de conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres que caracterizan a un pueblo, a una clase social, a una época.
Evangelizar es transmitir, mostrar la fe en un Dios Creador y que ese Dios además te ama, te ‘misericordea’.
En nuestros pueblos evangelizados se ha producido un encuentro entre fe y cultura, encuentro que algunas veces, ha sido un verdadero choque con el saldo de la muerte de la cultura local. Fervorosos conquistadores llegaron con la idea de que todo lo que no era como lo de ellos era ‘raro’ y los obligaron a su ‘cultura’. Con el ánimo de hacer “normales” a los pueblos que visitaban, les impusieron su lengua, su religión, sus costumbres, su organización.
Lo distinto, ¿lo raro?
Lo que es distinto, sin ni siquiera preguntar de qué se trata, no sirve porque suena raro. Es lo que se llama colonización. Y aquí invito a no mirar solo lo que ocurrió en nuestros pueblos de Asia, África, Europa, Oceanía y América. Invito a mirarnos a cada uno y el modo en como cedemos nuestras identidades a manos colonizadoras que nos dicen cómo celebrar (o no celebrar) Navidad, Halloween, los sacramentos. También nos hacen poner en duda y como pasados de moda valores como la vida, la familia, la palabra dada.
La Evangelización invita a sostener valores que la misma creación muestra: los ciclos de la vida, el respeto por el hombre y por la naturaleza, el llamado a custodiar al prójimo, el reconocimiento de un creador sumamente generoso que nos regala un mundo poblado de hermanos. Nuestra mirada torcida hacia lo distinto y el temor de que eso distinto sea una amenaza, genera la definición de raro y contra cultural a todo lo que no encaje en nuestras personales y cerradas definiciones.
Cito como ejemplo que, afortunadamente muchos evangelizadores, fueron capaces de tomar lo propio de la cultura de los pueblos, valorarlo y darles el sentido de la fe. Así surge la religiosidad popular, y desde allí las celebraciones religiosas cobran color local con los ritmos, los instrumentos musicales, también con ritos de las propias comunidades que se recrean con la trascendencia, cultos locales como los ancestros y la madre tierra que sintonizan con los valores de la creación.
Tenemos una gran invitación, la invitación a tener la mirada de Dios quien no ve “cosas raras ni cultas”. A mirar y a mirarnos como Dios nos mira, aceptar la aceptación de Dios. Se me ocurre cambiar al padre del diálogo del comienzo por el Padre Dios. Quedaría más o menos así: – Padre nuestro ¿qué es ser raro? – Es ser como yo, que ama y misericordea a todos. ¿Y qué es ser culto? – Es ser como yo, que valora las expresiones valóricas de todos.
-¡Padre nuestro! no nos dejes ceder a la tentación de mirar raro.