“Cada ser humano, incardinado en temporales y putrescibles estructuras biológicas, es capaz de recorrer sin límites el espacio infinito del espíritu”. De aquí partía la mirada trascedente de Federico Mayor Zaragoza, al que en estos días se presenta como un defensor de la dignidad humana, ‘influencer’ de la ciencia y pieza imprescindible en el engranaje de la Transición.
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Lo uno y lo otro, empapado por una mirada de Evangelio, que lo mismo le lleva a quedarse embobado con unos versos de Pedro Casaldáliga que reconocía a Teresa de Calcuta y sus “gotas vertidas en el océano” como el “símbolo mundial de la solidaridad humana, de la fraternidad”. A ellos y a otros tantos, les dedicó sus ‘Recuerdos para el porvenir’ (PPC), donde dejaba entrever que el humanismo cristiano, no solo es un apelativo recurrente, sino un imperativo a la hora de defender los derechos de los invisibles.
Este doctor en Farmacia que acabó estando al frente de la UNESCO, supo bandearse en los embarcaderos de lo político con una soltura que ahora no parecen tener quienes llevan las riendas de un lado y del otro. Demostró su coherencia e integridad, lo mismo como diputado de la UCD, como ministro de Educación de Calvo Sotelo o como eurodiputado.
Pero si por algo se le reconoce ahora, tras fallecer el jueves a los 80 años, es por intentar hacer realidad el nombre de la fundación Cultura de Paz. “Los imposibles hoy pueden transformarse en felices realidades mañana”, sentenciaba un hombre que estaba convencido del poder de la conciliación y la conversación como disolvente implacable contra la violencia descarnada. Lo certificó como mediador en no pocos conflictos. Los que oficialmente se le atribuyen, y otros tantos que se lleva con la discreción de la que siempre hizo gala.
Y todo, sin ingenuidades. Sin ese síndrome de la Miss Universo que clama por el fin de las guerras con demasiado maquillaje y nula implicación. Lo contrario a un Mayor Zaragoza que siempre supo que la llamada a la concordia que abanderaba no era ni mucho menos un discurso de cartón piedra: “Confieso que, en estos últimos años, dedicado casi en exclusiva a la promoción de una cultura de paz, a la transición de la fuerza a la palabra, me he dedicado menos de lo que debería a la ciencia… Y es que he llegado a la conclusión de que hay algo mucho más difícil que la biología molecular: vivir en paz, dejar vivir en paz a todos para que todos los seres humanos ‘cuenten’”.