8 de marzo de 1908. La primavera aparecía en Nueva York, una primavera que no sabía que iba a derramar flores para siempre. La ciudad crecía con sus industrias, las textiles empleaban ¿o usaban? a mujeres que trabajaban, a veces con sus hijos al lado, por más de 12 horas con salarios precarios. Comenzaron a pedir reducción de jornada a 10 horas diarias, tiempo para amamantar a sus hijos y salarios, igual al de los varones por igual trabajo que hasta el momento era notoriamente menor (el salario, claro). Varios miles realizaron una huelga y el dueño de la fábrica Cotton, que parece poco sabía de la fortaleza femenina y no recordaba que había nacido de una mujer, mandó a encerrar a sus empleadas para asustarlas y hacerlas dar marcha atrás.
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Los planes humanos suelen ir por distintos caminos, la fábrica se incendió y murieron 129 obreras, presas por buscar el bien, por mirarse con la dignidad que Dios Padre les había dado. Lo que empezó como una expresión de justicia y verdad terminó en tragedia. La primavera neoyorquina se tiñó de humo. Humo que comenzó a abrir horizontes. Pocos meses después se hizo un acto por el día de la mujer en Chicago y al año siguiente se celebró en la misma Nueva York el día nacional de la mujer. Más cerca en el tiempo, en 1977, la ONU declaró el 9 de marzo como el Día Internacional de la Mujer.
Dar la vida
Estas mujeres anónimas dieron nombre a lo que la mujer es: un complemento con el varón, una expresión de fortaleza y nos regalaron un día para conmemorar y para que nos feliciten.
Felicitar no siempre es sinónimo de feliz. Como mujer siento que el 8 de marzo no es un día para consumir, para obsequios a quienes a nuestra costa quieren hacer dinero con regalos y celebraciones costosas. En este escenario aún no hemos salido de 1909, de esos momentos en que gracias a las mujeres se ganaba dinero. Distintas épocas, mismo escenario. Tampoco es un día feliz, 129 hermanas nuestras murieron.
Me gusta conmemorar, traer a la memoria. Agradecer esas flores que desde aquella naciente primavera de Nueva York aún nos perfuman recordando nuestra dignidad. Me gusta que me feliciten ¡amo ser mujer! Ser esa mitad de la humanidad que tiene el genio especial de la intuición, el cuidado, el dar un paso más de lo posible.
Esas mujeres anónimas dieron la vida para que tengamos vida, muy al estilo femenino.
Mujeres generadoras y cuidadoras de la vida, aún a costa de la propia.