Tribuna

‘Fiducia Supplicans’: nos examinarán del amor

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Es un hombre entrado ya en una cierta edad que, hasta hace poco, no sabía que había comunidades LGTBIQ+ cristianas. Cuando se enteró y fue acompañado a una de ellas, fue para él como resucitar. Así me lo contó no hace mucho. Me fue relatando su historia  despacio, mezclando recuerdos más tristes que alegres desde que fue consciente de su homosexualidad hasta llegar al día de hoy.



Toda su vida vivió con miedo a ser descubierto y, sobre todo, con un inmenso sentimiento de culpa porque así se lo hacían sentir cada vez que se confesaba, porque él creía que ser homosexual era un pecado que él mismo consentía al ser como era, como es. Rompía el alma verlo llorar cuando lo contaba. Ahora está tranquilo, sereno. Se siente acogido en una de esas comunidades LGTBIQ+ cristianas, ya sabe que no es más pecador que cualquiera de nosotros, pero, sobre todo, se sabe amado por Dios, por ese Dios que acoge sin preguntar.

Hace falta escuchar

Para comprender, hace falta escuchar. Solo la escucha atenta y libre de prejuicios nos permite conocer la realidad en la que viven  muchas personas con historias de sufrimiento que se podrían haber evitado. ¿Por qué somos tan maestros en hacer sufrir y tan poco empáticos para ponernos en la piel de los que sufren?

Estos días he leído y escuchado muchos comentarios a raíz de la publicación de ‘Fiducia supplicans’. Algunos han sido positivos, inteligentes, con una interpretación pastoral acorde al texto y, sobre todo, con un trasfondo evangélico fuera de toda duda. Otros, en cambio, han sido despiadados, fríos, inhumanos, con tanta moralina como desconocimiento de estas personas.

Toda condición humana

Hace mucho tiempo que le vengo dando vueltas a un versículo del evangelio de Juan (1,14), “el Verbo se hizo carne”,  porque en esa carne asumió toda condición humana, absolutamente toda, y la llevó a su vida, a su muerte, y a su resurrección.

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A partir de ahí, querer ser más dios que Dios -como leí el otro día respecto a este tema-  por querer imponer normas que Dios nunca planteó, no puede traer nada bueno porque es pura rigidez e hipocresía. Vamos por partes.

  1. Este documento sigue la estela de ‘Amoris Laetitia’, que siguió al Sínodo de la Familia, donde ya se afirmaba que la unión de dos personas que tiene una estabilidad puede ser acompañada por la Iglesia. Estaría bien que algunas personas la releyeran la exhortación o, simplemente, la leyeran por primera vez.
  2. Francisco nos invita a redescubrir en profundidad otro sentido de la bendición que es acompañar en el crecimiento de las personas y no solo el de su puro reconocimiento. En ese sentido, todos debemos y podemos ser bendecidos.
  3. Francisco nos invita a poner a todos -y ponernos todos- bajo la mirada amorosa y misericordiosa de Dios para acompañar y animar a las personas a que vivan una mejor vida cristiana. Esto, es válido para todos porque no hay cristianos perfectos.
  4. Estamos llamados a salir, más bien a abandonar, una moral fría y calculadora, para acompañar a las personas paso a paso, situación a situación porque, para Dios, todos sus hijos son dignos de la misma misericordia y amor. Hasta los intransigentes entran dentro de esta realidad.
  5. Cuando hablamos de personas en situaciones de unión irregular, o personas en una unión LGTBIQ+, nos solemos olvidar de que esas personas tienen familias que también sufren, no son islas. Este documento les hace apreciar el amor incondicional de Dios por sus hijos, hermanos, amigos.
  6. Para algunos será poco el avance porque no se considera matrimonio; para otros demasiado porque se puede confundir con un matrimonio (que no es verdad leyendo el documento). Para algunos la comunión en la Iglesia está en peligro. Pero, si dejamos a una parte de los miembros de la Iglesia –porque están bautizados- que son hermanos nuestros, fuera de ella por ser personas LGTBIQ+ o vivir en una unión irregular, ¿de qué comunión estamos hablando?
  7. Hay países donde solo por declararse una persona homosexual o lesbiana es condenada a muerte; nuestra propia sociedad, aparentemente tan permisiva, está volviendo a desarrollar una clara homofobia. En este contexto, la Iglesia, siguiendo el mensaje y la forma de vida de Jesús, se muestra acogedora, respetuosa, casa segura. ¿Tan malo y peligroso es eso?
  8. También tendríamos que hablar sobre la encarnación porque no somos ya los hombres y las mujeres del siglo XVI, XVII… o sencillamente del XX tan próximo todavía a nosotros, y de la antropología aparentemente inamovible, de la moral que es mucho más que la moral sexual. ¿Vamos revisando todo eso para afrontarlo con serenidad?
  9. No todas las culturas podrán aplicarlo a la misma velocidad. En algunos países están descubriendo la presencia de personas LGTBIQ+ en sus comunidades y hay que ir paso a paso. De momento, los responsables de algunas diócesis de culturas diferentes a la nuestra, quieren aprender a tratar con esas personas para no hacerles daño y acogerlos. Es un gran paso. No se puede correr antes de saber andar. En estos casos, seguramente, las bendiciones llegarán un poco más tarde, Sin embargo, ya están aquí. Y es bueno. Aunque, siendo sinceros, ya había sacerdotes que bendecían a estas personas y la Iglesia no se ha hundido.
  10. Plantearé ahora el tema más espinoso para quienes se muestran más rígidos e indiferentes, que es una forma de manifestar contrariedad y rechazo. Si algunas personas se escandalizan por bendecir a personas en una unión irregular o a parejas del mismo sexo, ¿se escandalizarían lo mismo si supieran cuántos sacerdotes son ordenados sabiendo los obispos que son homosexuales y que viven su homosexualidad de forma activa? En una ordenación son más que bendecidos.

Hay personas LGTBIQ+ en la Iglesia. Hay diáconos, sacerdotes, religiosos, religiosas, obispos, cardenales… Seguramente habrá habido algún papa y algunos santos y santas lo serían. Y la Iglesia sigue ahí, necesitada de reforma, por otros motivos.

Jueces implacables

Termino con dos peticiones a obispos y sacerdotes y una a las comunidades eclesiales. La primera que leáis bien el documento. Profundizar en el sentido de la bendición. La segunda es que si algunas personas en estas situaciones se acercan a vosotros pidiendo una bendición y no os sentís capaces de hacerlo, sencillamente decir que no lo hacéis, pero no os pongáis en plan jueces implacables porque, “al atardecer de la vida nos examinarán del amor” (S. Juan de la Cruz).

A las comunidades eclesiales os digo que no tengáis miedo, que hagáis sitio al que llega, sin preguntar, tal y como Jesús acogía a quien se acercaba a él.