Jorge Mario Bergoglio atesora en su mente y, sobre todo, en su corazón muchas experiencias de su ya larga vida; una parte muy importante de ellas están vinculadas a su Argentina natal y a personas con las que mantuvo una estrecha amistad. Eduardo Francisco Pironio, muy cercano a los jesuitas y a su general, Pedro Arrupe, pertenece a ese grupo.
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Después de haber sido un personaje clave en la Argentina convulsa de los años de la dictadura militar, Pironio fue llamado a Roma por Pablo VI, que le nombró prefecto de la Congregación para la Vida Consagrada. Años más tarde, Juan Pablo II le puso al frente del Pontificio Consejo para los Laicos, cargo que, en un principio, como confesó, le pareció un retroceso, aunque al final se dio cuenta de que era una promoción, “porque los laicos son la mayoría del pueblo de Dios”.
Una de las mayores iniciativas del que ya hoy es “siervo de Dios”, camino de su beatificación (proceso que el Papa sigue personalmente), fue la Jornada Mundial de la Juventud, cuya primera edición se celebró precisamente en Buenos Aires en 1987. Por aquel entonces, Bergoglio era un profesor y superior jesuita, al que le faltaban todavía algunos años para ser nombrado obispo. Pero esa experiencia de la JMJ le marcó, como pudimos comprobar en Río de Janeiro, Cracovia y Panamá, donde, ya papa, puso en evidencia su cercanía a las nuevas generaciones.
Hagan lío
Aunque fue una “herencia” recibida de Benedicto XVI, su participación en la Jornada Mundial de la Juventud que tuvo lugar en Río de Janeiro en julio de 2013 tuvo un momento muy especial cuando se reunió con miles de jóvenes argentinos en la catedral y les pidió que hiciesen “lío, pero no solo aquí, en Río, sino también en sus diócesis; hagan lío, salgan a la calle”. Una consigna que ha repetido en innumerables ocasiones, siempre ante auditorios jóvenes.
Como es sabido, una de las primeras decisiones del Papa latinoamericano fue elegir a un grupo de cardenales para que le asesoraran en la reforma de la Curia y en el gobierno de la Iglesia universal. Fue llamado el C-9, hoy reducido a C-6. A lo largo de intensas reuniones, han ido perfilando el organigrama de la Curia, cuyas notas características tienen que ser la agilidad funcional y la eficacia evangelizadora.
Nuevo dicasterio
Para conseguir dicho objetivo, el 15 de agosto de 2016, Francisco firmó la carta apostólica ‘Sedula Mater’ (‘La Iglesia madre premurosa’), con la que instituyó el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, que llevaba consigo la desaparición de los hasta entonces existentes Pontificio Consejo para los Laicos y Pontificio Consejo para la Familia. Los motivos de este cambio los enunciaba así el Santo Padre en el citado ‘Motu proprio’: “Con solicitud, proveemos que los dicasterios de la Curia romana se conformen a las situaciones de nuestro siglo y se adapten a las necesidades de la Iglesia universal. En concreto, nuestro pensamiento se dirige a los laicos, a la familia y a la vida, a los que deseamos ofrecer apoyo y ayuda para que sean testimonio activo del Evangelio en nuestro tiempo y expresión de la bondad de la redención”.
Como en otras decisiones de su pontificado, Bergoglio las motiva en el seguimiento del Concilio Vaticano II, intentando renovar la linfa reformadora de la Iglesia. En el decreto conciliar sobre el apostolado de los laicos, aprobado el 18 de noviembre de 1965, ‘Apostolicam Actuositatem’, se formulaba la siguiente petición: “Establézcase en la Santa Sede un secretariado especial para servicio e impulso del apostolado de los laicos, a modo de centro que, con los medios adecuados, proporcione noticias sobre las diferentes obras apostólicas de los laicos, fomente las investigaciones sobre los problemas que surgen hoy en este campo y asista con sus consejos a la jerarquía y a los laicos respecto a las obras apostólicas”.