Hubo alguien que advirtió al mundo, una década atrás, que si no se hacía algo concreto, el mar sería un «cementerio para los migrantes». También por entonces, puso la voz de alarma para que no se depredara la Amazonía y nos encargó ser «custodios de la creación». Junto a eso, pidió que se detuviera una «tercera guerra mundial», que venía desangrando a las distintas regiones del mundo…
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Y quien alertó sobre todo aquello, desde su ministerio petrino, investido con la autoridad del que sirve y con sus sobrias vestimentas blancas de paz, fue el papa Francisco, dispuesto hoy a celebrar diez años desde que asumió con decisión la Barca de Pedro, el 19 de marzo de 2013.
Fue él mismo, quien vaticinó que la única forma de revertir las cosas, sería con la «Alegría del Evangelio» y con la «Fraternidad abierta»…, los dos pulmones por donde respira su pontificado.
No se renuncia a evangelizar
Hace poco, el santo padre anunció que no renunciaría, pues el cargo es para siempre y dijo que nunca se le cruzó por la cabeza hacerlo. Después de tomar aire, se le ve muy resuelto a seguir conduciendo la Iglesia.
Por eso, transcurridos diez años, está sentado ahora en una silla de ruedas —debido a una afección a la rodilla—, pero aún así, sigue viajando a los países, recibe visitantes y, firma nuevos decretos para reformar el Vaticano —incluida la necesaria limpieza financiera—, mientras despide a sus opositores que van cesando por edad.
En vista de que «no se gobierna con la rodilla», según se ha dicho, él sigue nombrando más mujeres que le ayuden, catequiza los miércoles, tuitea todos los días, a la vez que brinda claras entrevistas, con altísima audiencia y lectoría.
Es así que, desde esos púlpitos modernos -como son los medios de comunicación y las redes sociales-, invoca a todos, especialmente, a los jóvenes de la generación Christus vivit, con aquel grito que ellos entienden muy bien: «¡Hagan lío!».
Un magisterio de frontera
Fue también él, quien en este último decenio «hizo lío» con sus sonados documentos, tales como las tres encíclicas y las cinco exhortaciones apostólicas, junto a otros. Entre esas estuvo la esperada constitución Praedicate Evangelium, con la que se viene reformando la curia vaticana casi por completo.
Conmueven sus cartas sobre la protección de los menores, la de San José, aquella del significado del «Belén» y la que incorpora el «Ofrecimiento de la vida», como una nueva ruta hacia la causa de canonización.
Asimismo, acertó con las autógrafas que nos hablaron de la misericordia divina o la que acorta y facilita el proceso de nulidad matrimonial; también está la reciente Desidero desideravi, sobre la necesaria formación litúrgica del Pueblo de Dios. Sumado a estas, publicó indicaciones muy justas para la creación del ministerio del catequista y la dación del lectorado y el acolitado de las mujeres.
Han sido diez años durante los cuales, ha venido pidiendo a los católicos que seamos más misericordiosos que justicieros y más fraternos que impermeables, aún con los que «no pasan por la puerta».
Mientras tanto, insiste en un solo mensaje, dirigido a cada cristiano: que dejemos de «balconear» y que siempre «primeriemos». Vale decir, que «salgamos» a evangelizar, hasta que se «gaste la suela del zapato».