Desde el principio, una de las preocupaciones del papa Francisco ha sido integrar mejor la presencia y la sensibilidad de las mujeres en los procesos de toma de decisiones del Vaticano. Se ha preguntado cómo pueden dirigir y cómo pueden moldear la cultura. El Papa se lo confió al periodista británico Austen Ivereigh en el libro, ‘Soñemos juntos’, escrito a partir de sus conversaciones durante la crisis del Covid.
A lo largo de los años, el Papa ha nombrado a varias mujeres para puestos importantes en la jerarquía del Vaticano. Pero se le reprocha, y él lo sabe, que no ha hecho lo suficiente. Él se explica subrayando que estas mujeres fueron elegidas por su competencia, y para modificar la visión y la mentalidad del gobierno de la Iglesia. Quería mujeres como asesoras de los órganos del Vaticano para que pudieran usar su influencia mientras preservaban su independencia.
Palabras que pueden hacer latir de alegría y orgullo los corazones de muchas mujeres católicas. Porque, sin duda, el Pontífice confía en las mujeres, admira su fuerza y su audacia, su flexibilidad, su sagacidad, su realismo... El libro está cuajado de rostros de mujeres que lo han marcado: una religiosa que le salvó la vida al tener el arrojo de utilizar su experiencia en contra de los consejos de los médicos. O su maestra que dejó en él una huella imborrable.
Sin embargo, cuando reitera que las mujeres no necesitan ser sacerdotes para asumir el liderazgo en la Iglesia católica, cuando advierte del riesgo de clericalizarlas, el Papa toca un punto doloroso en el que se condensan la desconfianza, los miedos y las resistencias. Va al corazón de las perplejidades presentes en algunos lugares del universo católico, y fuera de él, en lo que se refiere a la exclusión de las mujeres de los ministerios ordenados y su tal vez consecuente subordinación.
Contra cocodrilos…
Las críticas no han sido muchas, pero sí duras. Miembros de la Conferencia para la Ordenación de Mujeres aseguran que cualquier mujer, desde la trabajadora parroquial hasta consejera del Vaticano, está sujeta a la autoridad de un hombre ordenado. Mientras en Francia, la teóloga Anne Soupa se pregunta, en un tono provocador: ¿qué pueden hacer un puñado de consultoras contra los cocodrilos de la Curia?
Para Francisco decir que en realidad las mujeres no gobiernan porque no son sacerdotes es clericalismo y es una falta de respeto. Lo cierto es que la reflexión sobre la vida cristiana femenina obliga a plantear la cuestión del sacerdocio en términos de poder y equilibrio de poderes y la realidad del sacerdocio ministerial en su relación con el sacerdocio bautismal.