Tribuna

‘Fratelli Tutti’: no basta con lo que hago

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Luego de leer estremecido una y otra vez la encíclica ‘Fratelli Tutti’ –’Hermanos todos’– de nuestro querido papa Francisco; luego de decirme, una y otra vez, qué escrito tan necesario para nuestro atribulado Puerto Rico, nuestra doliente América Latina, nuestro mundo desgarrado, cayó sobre mí la idea, que no se me quita; de que no basta con lo que hago por promover la hermandad entre todos los seres humanos.



¿Cómo hacemos para que lo que ha escrito el Papa llegue a todos los rincones donde se necesita? ¿Quién lo hará? Correría a casa de mis amigos y les contaría sobre el tesoro que está en sus páginas, iría por las calles del pueblo proclamándola, buscaría en mis campos trovadores que cantaran su mensaje.

“Disfruten el regalo de vida que ha escrito papa Francisco”, les diría a mis hermanos religiosos de las más diversas religiones y a mis hermanos ateos, a ricos y pobres, a líderes sociales, políticos, empresarios, sindicalistas, a ricos y desamparados. Aquí hay algo para cada uno; algo para todos. Pero, sobre todo, es un “mensaje urgente para un mundo” que se está jugando su porvenir.

Quiero que el mensaje llegue completo, sin resúmenes, sin recortes, sin afectarlo con mis prejuicios sobre lo que la gente está dispuesta a leer o a escuchar. Pero sigue sobre mí la idea de que no basta con lo que hago.

Aplicármela a mí mismo

Es una sensación parecida a la que siento después de toparme con una persona herida por la vida. Sé que por más que haga por ella no será suficiente, sé que por más que trabaje en la lucha por un mundo mejor, serán muchos a los que no llegue el fruto de ese esfuerzo. El gran problema para los que tratan de hacer el bien es saber que se quedan cortos. Con su carta, el papa Francisco ha logrado que me adentre  en un profundo examen de conciencia y para ir borrando lo que queda de aquel “clericalismo”, prepotencia y egoísmo que oscurece el camino hacia mi pleno desarrollo. Necesitamos más luz y esta carta fraterna es un rayo de luz.

Supongo que es posible que ese fuera uno de sus propósitos… que buscaba sacudirnos en las conciencias, que miráramos de nuevo hacia adentro. Pero, ubicándonos en las periferias para llegar a la interioridad del ser.

Porque si queremos un mundo mejor, lo primero es que tratemos de ser mejores. Si queremos misericordia para nuestros pueblos, lo primero es que tenemos que ser nosotros misericordiosos. Si queremos un mundo sin guerra, tenemos que sembrar la paz y la justicia. Si queremos la libertad, tenemos que luchar por ella. Si queremos hermandad, tenemos que perdonar incluso a los que no han pedido perdón. Si queremos diálogo, tenemos que estar dispuestos a escuchar a quienes no creen como nosotros y estar dispuestos a decir aquello en lo que de verdad creemos, pero sin tratar de imponerlo. Basta compartir el ideal de vida. Regalar lo que pensamos y vivimos.

Habrá quienes tengan más recursos a su disposición para hacer llegar esta encíclica a lugares que yo ni siquiera puedo imaginar. Y habrá gente en algún lugar que, sean o no de tal o cual creencia que puedan sentir la misma alegría que yo.

Insisto, tal vez lo mejor que puedo hacer con la carta del Papa es aplicármela a mí mismo. Pero desde el corazón de nuestra pequeña Isla del Encanto en nuestro Caribe isleño, gracias mi querido hermano Francisco por haber escrito esa maravilla inspirada por el Maestro de maestros, por el espíritu que sana la historia de los pueblos y nos impulsa con la esperanza.

¡Gracias, hermano bueno! porque has marcado la ruta al decirnos que entregas “esta encíclica social como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras”.