Un año después de su publicación, aún es pronto para comprobar si el efecto de la encíclica ‘Fratelli tutti’ será similar al de la ‘Laudato si”, el otro importante documento papal, promulgado en 2015, que nunca antes había sido capaz de interceptar el interés de personas alejadas de la Iglesia, generando iniciativas y un compromiso concreto desde abajo.
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Tanto ‘Fratelli tutti’ como ‘Laudato si” pertenecen al magisterio social de la Iglesia, y hay que evitar el riesgo “reduccionista”, como si fueran documentos que tratan de urgencias y problemas contingentes, proponiendo caminos igualmente contingentes. La defensa de la vida, la salvaguarda de la Creación que nos ha sido confiada, la ecología humana e integral no son sugerencias discutibles y accesorias para el tiempo presente, sino que encuentran su origen y fundamento en la Palabra de Dios. Del mismo modo, la invitación a la fraternidad, a considerar al otro -sea quien sea y venga de donde venga- no como “el otro”, sino como un hermano en cuanto hijo de Dios, no es una mera contingencia o el interés particular de una época de la vida de la Iglesia, sino una perspectiva profundamente evangélica.
Un sistema más justo
Hace seis años, Francisco, con ‘Laudato si”, nos hizo comprender las conexiones entre la crisis ambiental, la crisis social, las guerras, las migraciones, la pobreza. Llamó a la construcción de un sistema económico y social más justo y respetuoso con la creación, con el hombre en el centro y no con la idolatría del dinero. Hace un año, con ‘Fratelli tutti’, el Papa indicó el camino a seguir para alcanzar esa meta: reconocernos como hermanos y hermanas, custodios unos de otros.
Parábola disruptiva
Esto no es otra cosa que el Evangelio, como nos enseña la parábola del Buen Samaritano, tan disruptiva y poco convencional, y al mismo tiempo todavía tan poco comprendida y vivida. El cristiano reconoce el rostro de Jesús “en cada ser humano, para verlo crucificado en la angustia de los abandonados y olvidados de este mundo, y resucitado en cada hermano que se levanta”. Pero incluso quienes no han recibido el don de la fe cristiana comprenden el mensaje de la fraternidad, único antídoto contra la carrera autodestructiva hacia el abismo del odio, la guerra, el egoísmo y el fanatismo.
Aunque todavía es demasiado pronto para comprobar los frutos de la Encíclica papal publicada hace un año, no faltan los signos y las semillas de esperanza. En los últimos días he tenido la gracia de pasar unas horas con Dale Recinella, un antiguo abogado estadounidense del sector financiero de Wall Street que, desde hace años, junto con su esposa Susan, dedica su vida a acompañar a los presos que esperan su ejecución en el corredor de la muerte de Florida. Muchos de ellos, gracias a su amistad, se han enfrentado al verdugo reconciliados con Dios.
Dale ha reconocido a Jesús en estos hermanos y hermanas y por eso, a pesar de las dificultades e incomprensiones que le rodean, los necesita no menos que ellos a él. Con los ojos humedecidos por las lágrimas, dijo que el mensaje de la encíclica ‘Fratelli tutti’, cada palabra y cada gesto del Papa Francisco, son para él como “una transfusión de sangre, que ayuda a vivir y a seguir adelante”. Hay muchas personas en el mundo, lejos de los reflectores mediáticos y de las convenciones de celebración, que, mirando el testimonio del Sucesor de Pedro de esta manera, dan vida al Evangelio.