A la memoria de nuestro maestro, pastor y teólogo de la liberación, Pablo Richard.
La vida, reflexión y testimonio vivo de nuestro querido Pablo Richard me mueven a compartir estos pensares sobre la Iglesia y los estilos de vida que necesitamos revisar. Urge una auténtica “conversión humana y pastoral”.
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Creer que se tiene la verdad “cogida por el rabo”, como decimos en mi pueblo, no es lo mismo que dejarse guiar por la verdad. Con eso quiero decir que no es igual seguir a Cristo que creerse “administrador o funcionario” del Evangelio. Pero muchas veces esas cosas se confunden y los mismos que hemos sido llamados a ayudar en el pastoreo del pueblo de Dios nos creemos ungidos de un poder para fulminar y excluir sin darnos cuenta que lo que terminamos haciendo es lanzando rayos que parten el alma, que andamos “descartando” gente y lanzándolos a la miseria espiritual.
Contra la cultura del descarte
Por eso, las advertencias de nuestro querido papa Francisco contra la “cultura del descarte”, que comienza por consumir y descartar bienes y culmina con destruir y descartar a los seres humanos más débiles, es un llamado a la reflexión que me tomo de manera muy personal. Es una crítica a la salvajada de identificar como civilización la supuesta supervivencia del más apto, cuando en realidad lo que se hace en nuestra sociedad es que los que se creen “más aptos” usan a los demás como peldaños de una escalera que conduce al poder, no al Cielo que es plenitud.
Muchos ricos engreídos se creen más aptos que los trabajadores que sostienen sus riquezas. Los generales altaneros se forran a sí mismos de medallas mientras son los soldados rasos los que sirven de alimento para los misiles, y, los que creen dominar las fuerzas destructivas fabricadas por la ciencia, lanzan ataques sobre el horizonte que matan muchos civiles a mansalva. Hasta los estadísticos yerran al sencillamente calcular el daño de la pandemia a base de “contagiados y fallecidos” por la enfermedad, sin hacerse cargo que la inmensa mayoría de las víctimas son los más de 500 millones de seres humanos lanzados a una miseria letal. Desde la destrucción del Amazonas hasta la torpe fabricación de más guerras para asegurar dominios de países ricos sobre países pobres y de mayor explotación de magnates sobre los condenados a la miseria, lo que está en juego es demasiado.
Ante un cuadro tan urgente, ver que se proyecta un modelo de Iglesia como la poseedora de fórmulas sacramentales que por su abuso se convierten en hechizos supersticiosos y de condenas a mansalva contra los más necesitados de amor, no es algo bueno. La miseria espiritual que resulta de eso, justifica esa cultura de echar seres humanos a los “infiernos sociales”, de cortarle el paso a las búsquedas humildes de una espiritualidad que le dé esperanzas a las luchas por la justicia.
Los sacerdotes y demás ordenados no somos los “policías de la espiritualidad”, somos los que nos hemos echado la tarea de sanar corazones, de curar las almas. No es función del médico juzgar y descartar a los enfermos, sino curarlos, o al menos, aliviar su dolor.
Me parece que esa enseñanza del papa Francisco va en contra de la idea autoritaria que mira la Iglesia como un “súper-poder terrenal” que asigna a los obispos y curas la función de ser los jefes, los directores espirituales, los portadores de un rayo que condena. No necesitamos funcionarios del Evangelio ni gerentes de la salvación. Necesitamos urgentemente acompañar al pueblo sus luchas por el camino hacia la luz. Testigos… ¡tenemos! Pablo, entre ellos.