Del corazón del pontificado de Francisco nace el documento sobre la santidad en el mundo de hoy. Y el elemento conductor que recorre toda la exhortación apostólica ‘Gaudete et exsultate’ es una llamada a la radicalidad del Evangelio, como alternativa a una “existencia mediocre, aguada, inconsistente”. Un texto quizá inesperado para muchos y que, con un planteamiento y unos rasgos indudablemente personales, revela la cara más auténtica del Papa. En la referencia constante a la Escritura y a la continuidad de la tradición cristiana que muchas veces se asegura en el testimonio de las mujeres: “nuestra madre, una abuela” observa Bergoglio, siempre atento al componente femenino de la Iglesia.
Así, la primera cita no bíblica es de la homilía de Benedicto XVI por el inicio de su pontificado, con una mención a la realidad misteriosa, pero igualmente verdadera, de la comunión de los santos, gracias a la cual “estamos rodeados, conducidos y guiados por los amigos de Dios”. Pero no se trata solo de figuras formalmente proclamadas santas o beatas, como en el caso del primer modelo de santidad contemporánea citado, el de una jovencísima mujer, Maria Gabriela Sagheddu, que dio su vida por la unidad de los cristianos. Una característica del texto, buscada por el Papa, es de hecho subrayar una santidad que se podría definir como ferial, es decir de todos los días, en el vital contexto comunitario cristiano.
Es la existencia cotidiana de la Iglesia militante, simple y ejemplar, que permanece escondida en la historia: hombres que trabajan para “llevar el pan a casa”, enfermos que muchas veces están solos, “religiosos ancianos que siguen sonriendo”; en una sola expresión eficaz, aquella “clase media de la santidad” descrita por el escritor francés Joseph Malègue que fascinó al joven Bergoglio. Dimensión cotidiana por otro lado que ya estaba presente en la nueva realidad, y por lo tanto también en el lenguaje, de las primerísimas comunidades cristianas, como aparece por ejemplo en los saludos de las cartas de san Pablo a los Romanos y a los Corintios, apenas treinta años tras la predicación de Jesús.
Las bienaventuranzas según Francisco
La predicación de Cristo es la raíz del documento papal, desde el título recogido de la conclusión de las bienaventuranzas en el Evangelio de Mateo y que señala otras dos exhortaciones apostólicas: la programática del pontificado (‘Evangelii Gaudium’) y un texto casi olvidado de Pablo VI sobre la alegría cristiana (‘Gaudete in Domino’). Y precisamente las bienaventuranzas evangélicas son evocadas por el Pontífice, comentadas y resumidas en una serie con sabor franciscano, desde la primera (“ser pobre de corazón, eso es santidad”) a la octava (“aceptar cada día el camino del Evangelio aunque nos suponga problemas, eso es santidad”).
Hasta el “gran protocolo” del juicio final descrito en el vigésimo quinto capítulo del Evangelio de Mateo al que tantas veces ha vuelto en estos cinco años el papa Francisco, cuya enseñanza demasiadas veces es mutilada por simplificaciones y caricaturas mediáticas, a menudo no maliciosas sino sobre todo alejadas de la realidad. Una enseñanza que sin embargo reclama continuamente la tradición cristiana, como en la última parte de este documento dedicada a la vida cristiana que es “un combate permanente”: contra el mal y más concretamente contra el demonio, “terrible realidad” sobre la que el Pontífice cita un texto poco conocido de Pablo VI y escribe varias páginas importantes. Al término de un documento extraordinario y muy personal sobre la llamada a la santidad en el mundo contemporáneo cierra con una conmovedora visión de la maternidad de María, la santa entre los santos.
*Artículo del director de L’Osservatore Romano traducido por Vida Nueva