En los Evangelios aparecen muchos relatos de signos y prodigios hechos por Jesús. Es interesante la abundancia de este material que ocupa mucho lugar en cada uno de los textos. Dada la multiplicidad de fuentes, ningún biblista serio niega que Jesús realizó signos que llamaron la atención y convocaron a multitudes a seguirlo y buscarlo por su fama de taumaturgo. Evidentemente, que no sólo lo buscaban por eso, pues también destacaban y resaltaban sus dotes de Maestro que hablaba con un tono y estilo diverso a los Maestros de la Ley y los escribas.
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Nuestra intención no es ahora de índole exegética; solo quisiera apoyarme en algunos de los gestos que se desprenden de Jesús en varios de los relatos de signos que Él mismo realizó tal como nos narran concordantemente los Evangelios. No agoto todos los relatos, sino que me centro básicamente, aunque sin exclusividad, en las curaciones, vueltas a la vida y exorcismos. En este tiempo tan especial que estamos viviendo como humanidad, nuestras comunidades pueden sentirse invitadas a mirar la praxis de Jesús y configuradas con Él, reproducir actitudes liberadoras, verdaderamente encaminadas a hacer milagrosa la vida. Tomados de la mano de los textos, les invitamos a transitar en su misma dinámica nuestra historia.
La cercanía física
Vemos varios textos donde Jesús se acerca a las personas necesitadas. En los relatos de la curación de la suegra de Pedro, se dice que se acercó y la tomó de la mano (Mc 1, 31 y par.); ante el leproso suplicante (Mc 1, 41) extendió la mano y lo tocó; al endemoniado epiléptico de Mc 9, 27 y par., se dice que lo tomó de la mano; a la mujer encorvada de Lc 13, 13 le impuso las manos para enderezarla. Podríamos citar varios textos más y aún de otra índole como la parábola del Buen samaritano (Lc 10, 25. 37) donde este sujeto, cual reflejo de Jesús, haciendo caso omiso de la impureza del herido en el camino, lo curó y lo llevó a la posada.
La cercanía física juega un papel importante porque Jesús quebranta normas de impureza y de aislamiento físico de raíz moral. Con todas las medidas del caso que la situación actual impone y la razonabilidad que esto tiene, cuidemos de no caer en el extremo absoluto del aislamiento para con muchas personas a quienes la cercanía física es, en gran parte, la que las salvará. Hoy se está hablando mucho de no permitir que ninguna persona muera sola, en el marco del acompañamiento a enfermos terminales en tiempo de pandemia. El “caso Solange” en Córdoba sacudió a muchas personas e hizo tomar conciencia de esta dimensión humana. Lo mismo podría aplicarse a tantas personas vulnerables que viven solas o en precariedad, para lo que cuentan con un auxilio casi inexistente.
Nos preguntamos, ¿qué significa el tocar y el acercarse de Jesús en estos casos? ¿Qué barreras son necesarias para evitar los contagios y la expansión de la enfermedad y al mismo tiempo cómo estar cercanos de manera cuidadosa y madura?
Ponerse de pie
En los relatos de signos, Jesús invita a levantarse: la suegra de Pedro fue levantada (Mc 1, 31 y par.); al paralítico que colocan delante suyo desde el techo (Mc 2,11 y par.) le ordena que se levante perdonando sus pecados (sólo impuestos desde afuera a él); a la hija de Jairo recién muerta (Mc 5,41 y par.) le dice con la clásica fórmula aramea “Talitá Kum”: Niña, levántate. En el mismo plano del retorno a la vida, el hijo muerto de la viuda de Naín (Lc 7, 14) es invitado a levantarse y la mujer encorvada, ya referida, se enderezó.
En otro conjunto de textos y por sólo citar uno, cuando le presentan a la mujer acusada de adulterio, Jesús sólo se pone de pie cuando emite sentencia: “Aquel de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra” (Jn 8,7) y nuevamente, ante ella dialoga en clave liberadora eximiéndola de todo pecado (Jn 8,10-11).
Nos preguntamos, ¿qué significa hoy ser comunidades puestas de pie? ¿Qué implica constituirnos en comunidades que invitan a levantarse? ¿De qué postraciones podemos levantarnos e invitar a otras personas y colectivos a que lo hagan? Por sólo poner un ejemplo, recientemente la Hna. Mónica Astorga OCD nos mostró un claro signo de acompañamiento a un grupo de personas trans invitadas a ponerse de pie en dignidad, a conseguir el derecho a una vivienda.
El Papa Francisco en “Querida Amazonía” nos invita a desplegar “cuatro sueños” puestos de pie para que la Amazonía y por extensión, nuestra casa común no caiga postrada ante tantas humillaciones y expoliaciones. Recordemos que el impulso movilizador de Pablo para ir a Filipos partió del sueño con un macedonio puesto de pie (Hch 16,9).
La fuerza transformadora de la palabra
Al leproso Jesús le dijo: “Quiero, queda limpio” (Mc 1, 41); al paralítico le exige: “A tí te digo, levántate” (Mc 2, 11 y par.); a la hemorroísa, tras al diálogo la orienta: “Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz” (Mc 5, 34 y par.); ante el hambre de la multitud Jesús conmina a los discípulos: “Dénles ustedes de comer” (Mc 6, 37 y par.); a la mujer cananea, la serena confirmando su profunda fe: “por lo que has dicho, vete, el demonio ha salido de tu hija” (Mc 6, 29); al sordo se le abren los oídos ante el “Effata” (Ábrete) de Mc 6, 34; en las curaciones a distancia, tal como el caso de la cananea, ya referido, o el del hijo del funcionario real, la palabra tiene una fuerza inaudita: “Vete, que tu hijo vive” (Jn 4, 50). Cómo no concluir con ese magnifico relato donde Jesús con una autoridad sin precedentes, le ordena al Lázaro muerto de cuatro días que salga fuera del sepulcro (Jn 11,43).
Las palabras de Jesús tienen un tono imperativo, pero no de índole autoritaria sino exhortativa con una autoridad que se impone por su propia contundencia y es claramente transformadora. Hace pasar de la impureza a la limpieza, de la angustia y la opresión interna a la paz, de la escasez a la abundancia, de la perplejidad a la serenidad, de la muerte a la vida.
Hoy, la virtualidad más que obligada que vivimos y la sobre exigencia de espacios de intercambios de palabras “a la distancia” nos llevan a preguntarnos sobre la fuerza sanadora y transformadora de la palabra. Nos cuestionamos ¿nuestras palabras están habitadas por la Palabra dadora de vida? ¿El Espíritu transforma y habita nuestras palabras?
Preguntas que invitan
Muchas veces Jesús pregunta: “¿Qué quieres?” le formula al ciego de Jericó (Mc 10, 46 -52 y par.); “¿Quién me ha tocado?” pregunta hasta que la hemorroísa se desliza ante Él (cf. Supra); “¿Quieres curarte?’” le dice invitante al paralítico que lleva 38 años postrado ante la piscina de Betesda. En incontables ocasiones Jesús pregunta, antes de actuar.
Son las preguntas que mueven el alma, que nos llevan a la introspección y desde ahí conectamos con nuestras búsquedas, con nuestras necesidades y carencias. ¿Qué capacidad tenemos de generar preguntas? Es más, no basta con formularlas, ¿nuestra vida misma suscita interrogantes?
Fernando Kuhn, cmf.