El rito construye un momento fundamental de las religiones. En él se unen la trama narrativa del mito con la dimensión activa de la experiencia humana. El Guernica de Picasso puede describirse como un paradigma artístico de la representación de la muerte que, al mismo tiempo, aporta una nueva mirada en el rito del arte contemporáneo a través de una aterradora demostración de fuerza contra la población civil el 26 de abril de 1937.
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Picasso solo tardó dos meses en pintar este cuadro de 27 metros. Conocido es su “ritual” de quitarse los zapatos antes de entrar en su estudio que consideraba un espacio “sagrado” durante el momento de la creación. Para Picasso, la pintura era un acto auténtico, existencial. Todo su sufrimiento y empatía por este pueblo se concreta en el acto creativo. “Al captar la esencia de las cosas, el pintor también se capta a sí mismo”, explica Romano Guardini. En realidad, este es el significado del “encuentro”.
El carácter religioso del arte, por tanto, reside en la estructura de la obra de arte misma, en su propensión al futuro a medida que va creándose. Para el Guernica se inspiró en sus amigos del existencialismo francés como Sartre, de Beauvoir y Camus que buscaban una santidad capaz de crear la paz interior. De hecho, el Guernica no habla de un cambio concreto en el mundo, sino que requiere de una inmersión meditativa. El artista crea una especie de poder alrededor del cual la unidad de la existencia se hace presente (‘gegenwärtig’) y todo el objeto, la naturaleza completa del hombre y la historia, vive en un ‘unicum’.
En la Exposición Internacional de París, el Guernica se exhibió en uno de los pasillos largos y estrechos del pabellón de la entonces República Española. En este espacio, el espectador tenía que pasar cerca de la obra sin poder escapar del horror. Cada paso del visitante iba transformándolo. Sucedía algo parecido a lo que pasa con los frescos de Pozzo en la Iglesia de Sant ‘Ignazio en los que el creyente, mientras camina, ve una arquitectura perfecta que se derrumba lentamente ante sus ojos. Pozzo concibe sus obras como ejercicios espirituales con los que quiere que perdamos la seguridad y la recreemos interiormente.
El Guernica reproduce este efecto, leído de derecha a izquierda. Con sus figuras fracturadas, la violencia salta sobre nosotros y la destrucción nos acompaña, como dice Sigmund Freud. Enfrentarse al toro, símbolo del sacrificio y símbolo nacional de la tauromaquia, proclama algo absoluto y confirma que se puede desafiar, no solo al toro, sino también a las fuerzas del dolor y la muerte.
Con este desafío, Picasso crea un momento de inmortalidad. La composición, que recuerda el pesebre navideño, también es inmortal. Sin embargo, la madre no sostiene en brazos a un recién nacido, sino a un niño muerto, señal de que en el futuro será la madre la que llore al hijo. La composición es triangular y en su parte superior domina una figura femenina que porta la lámpara. En su rostro se lee el terror, pero en su ternura se anuncia paz en el drama.
Rito de vida
Para Picasso, la mujer es la figura de la luz, de la revelación y, al mismo tiempo, de la desesperación. En este sentido, revela un “rito de vida”, ¡un rito que conjuga armoniosamente orden y desorden! El rito es el espacio utópico en el que se puede anticipar el futuro con respecto al pasado y al presente, caracterizando la promesa para la que la acción imprevisible de Dios culminará el pasado y el presente.
Por tanto, la experiencia, -originalmente vinculada al ritual que diría Merleau-Ponty-, es fundamental para abordar el arte contemporáneo, similar a un movimiento activo y pasivo.
*Artículo original publicado en el número de abril de 2021 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva