Pienso que el tema del liderazgo parroquial es el unicornio de los temas parroquiales, es decir, podemos encontrar muchas menciones del tema, nos ayudan a adornar muy bonito nuestras charlas, suena esperanzador cuando alguien lo menciona y lo maneja tan libremente como si lo tuviera en el atrio de la parroquia (el animal mítico), pero en realidad pareciera que en la práctica nunca nadie ha visto uno; y como todo, es cuestión de perspectiva.
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En las pláticas que he dado sobre renovación parroquial y liderazgo, me he topado con dos tipos de público, los que se entusiasman viéndolo como la solución a los problemas que supone renovarse y los que lo ven como algo muy lejano e imposible de construir. Quiero matizar esto y explorar sus alcances antes de definir lo que creo, debe ser el liderazgo parroquial.
Cuando las parroquias se dan cuenta que deben moverse de ser instituciones informativas a formativas, y más allá de eso, a ser generadoras de desarrollo personal, entonces la naturaleza de los contenidos, las formas y los modelos necesitan un replanteamiento. Esto supone una sacudida a los pastores que cada vez se preocupan menos de los contenidos y más de los modelos. Cuando nos ocupamos más de los modelos, adoptamos un catecismo, por poner un ejemplo de muchos, como un sistema formativo, creyendo que ese modelo incluirá las habilidades de un discípulo, como lo dicta el mandato del Señor; pero esto sucede porque seguimos buscando la receta y no creamos liderazgos con pensamiento crítico, habilidades de comunicación, desarrollo humano y resolución de problemas que respondan de manera adaptativa a las demandas sociales de cada parroquia. Debemos colocar en el horizonte parroquial una formación más interdisciplinaria que llene de fortalezas a nuestros equipos, y que tenga como metas el desarrollo de habilidades, hábitos, métodos y especializaciones emergentes donde encuentre eco una propuesta de renovación parroquial adaptada al ritmo de cada lugar.
Dios es quien tiene un plan
En un encuentro con catequistas, les preguntaba sobre los signos que podrían evidenciar el que una persona se haya convertido en discípulo, por llamarlos de alguna forma, los signos de conversión. Esta pregunta resultó muy poderosa, porque no solo me estaba refiriendo a los niños y niñas que se graduaban del catecismo, sino a una realidad más universal que las alcanzaba a ellas mismas. Es una realidad que no fácilmente se determina, tal vez porque se trata de una pregunta tanto retórica como viva. Pero se fue delineando una realidad de la conversión que debemos meditar cotidianamente ¿con qué signos se manifiesta la conversión? Concluimos en esa reflexión que eran tres los signos principales: asistencia a misa dominical, confesión frecuente y estudio de la Palabra de Dios. Hubo otros muy peleados también, como participar en algún grupo, rezar el rosario diariamente, practicar alguna devoción, etc. Y la conclusión fue que el programa de catequesis no estaba enfocado en desarrollar estos tres signos como habilidades en los catequizados, sino que eran temas informativos, donde el objetivo principal era aprender los rezos y entender los temas, y todas las prácticas pedagógicas iban encaminadas a estos mismos objetivos. Pienso que el problema no está en el sistema que abracemos o el mapa que sigamos, sino en que lo tomamos como una solución hecha y suponemos que resolverá todo de forma automática, síntoma de que falta un auténtico liderazgo descentralizado en nuestra comunidad que proyecte la necesidad de vivir los signos como sentido de vida y no como mera práctica.
En una ocasión, charlando con el padre James Mallon, yo la hacía de público, de esos que estaban entusiasmados porque alguien (el padre James) me estaba presentando la panacea (el unicornio) de la renovación parroquial; pero en un momento al final de la charla se voltea conmigo y me dice en voz baja: “si supieras nuestra realidad, sabrías que también tú lo puedes hacer”. Yo me quedé un tanto perplejo, pero entendí que el padre James como muchos otros, enfrentamos nuestras propias realidades con las herramientas que tenemos, y que en la construcción de una parroquia renovada, Dios es quien tiene un plan. Claro, yo en ese momento veía al padre James presentar su plan de juego y un par de personas de su equipo manejarse extraordinariamente, pero también veía mi realidad, personal y comunitaria, muy alejada de la que me estaban presentando. La expectativa era muy alta, ellos tenían el unicornio y yo quería obtener el mapa para encontrar el mío ¿Cómo llegar a tener una renovación tan consistente como la que estaba presentando el padre James? ¿Cómo hacer para generar un par de líderes parroquiales que se manejen con la soltura que se manejan quienes acompañan al padre James?
En el interior del pastor y luego de los líderes
Como muchos, quería tener la receta para obtener una parroquia como la que me presentaban, de la misma forma que en muchas ocasiones encuentro líderes que desean lo mismo cuando hablo de renovación parroquial, me dicen: “pero cómo se hace”… entonces presento los principios de la renovación, que ya he expuesto en anteriores artículos, y me dicen: “sí, pero cómo se hace”, e inmediatamente identifico que, como yo en un principio, quieren la receta o el mapa que los lleve al ansiado unicornio. Seamos claros, no existen los unicornios, y esto no quiere decir que no exista el liderazgo en la renovación parroquial, significa que tenemos que renunciar a un sistema que nos solucione todo a todos en todos lados. Por eso me gusta la Renovación Parroquial, porque los principios los puedes aplicar en cualquier situación y son sencillamente comprensibles y totalmente adaptativos.
Entonces, el auténtico mapa hay que buscarlo en el interior de cada uno de nosotros, pero muy en especial en el interior del pastor y luego de los líderes. Y no se trata de algo solamente subjetivo, es como en aquel cuento donde el pez pregunta por el océano y no comprende que está en él. Los pastores ya somos de cierta manera líderes, hemos sido ungidos líderes como David desde el día de nuestra ordenación, porque de forma natural estamos al frente de personas que nos siguen, aunque cada vez se hace más fina la brecha entre muchos otros liderazgos que están al alcance de la mano; sin embargo, en repetidas ocasiones les menciono a mis alumnos de seminario cuando les hago referencia a que son teólogos y lo ven como algo muy lejano: “Ustedes serán los teólogos de sus comunidades”. Claro, las personas, cuando quieran saber algo de Dios, acudirán a su sacerdote, a su pastor, a su líder, y habrá otras que prefieran los buscadores de internet; sin embargo, debemos de tener respuestas honestas ante las demandas sociales que cada día se nos presentan más complejas, técnicas y sofisticadas, pero que en el fondo siguen siendo las mismas de toda la vida de la humanidad, y tener la suficiente claridad de encontrar y presentar esas necesidades básicas del ser humano a las personas que buscan a Dios.
Necesitamos iniciar con lo simple, mejorando las habilidades de comunicación, liderazgo, introspección y trabajo en equipo para vivir las claves del liderazgo parroquial, de las que puedo destacar las siguientes a modo de perfil: iniciativa, autodisciplina, autoconsciencia, capacidad de decidir y ejecutar, desarrollar un liderazgo conectado, y relaciones humanas. Como podemos darnos cuenta, son diversas las dimensiones y los alcances, pero de quien parte todo es del pastor y del líder, que necesita una comunidad que mantengan con él una dinámica de auténticos discípulos, que sean su red de apoyo parroquial aprendiendo a cuidar de él, y que junto con él, aprendan a proyectar de forma concreta y coherente el Evangelio, teniendo clara la visión de la renovación parroquial para crear estrategias adecuadas al ritmo propio de cada comunidad.