El interés y la inquietud de la Iglesia por la movilidad humana y la realidad de las migraciones no es una cuestión nueva. Ciertamente, Francisco lo ha asumido como una de las preocupaciones claves de su pontificado. Es posible que para muchas personas, incluso dentro de la comunidad cristiana, se pueda pensar que es un simple empeño suyo, pero el Papa no está haciendo más que recordarnos muy acertadamente como pastor que esta realidad humana debe tener una respuesta pastoral y debe estar presente en la labor y en la misión de toda la Iglesia universal y de cada Iglesia particular.
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En muchas partes del planeta, millones de personas se ven obligadas a dejar su casa y su tierra para salvar la vida o asegurar mínimamente un futuro para ellas y sus familias. No son “libres de elegir si migrar o quedarse”, tal y como nos recuerda el lema de la última Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado que celebramos en septiembre. Es el drama de la migración forzada, que sangra de población a tantos países de origen y pone en tensión a tantas sociedades que se convierten en lugar de destino.
Una realidad dolorosa ante la que, como sociedad humana y en nuestro caso como comunidad cristiana, no podemos ser indiferentes ni quedarnos al margen. En la raíz de estas situaciones de migración forzada está claramente la injusticia global que condena a una gran parte de la humanidad al hambre, a la miseria y a situaciones de violencia extrema, y que solo beneficia a una minoría de los que habitamos este planeta, que es, o que debería ser, nuestra Casa común. Y ante esto también la Iglesia ha tenido siempre una actitud de compromiso en hechos concretos para luchar contra las injusticias y la falta de derechos y ser, al mismo tiempo, una voz con autoridad para ejercer la denuncia con palabras en su magisterio.
Asumir y acompañar
La preocupación por los hermanos y hermanas migrantes ha sido una constante en la tradición y en el Magisterio de la Iglesia. Que tiene, además, una fundamentación clara en las Escrituras. Como ejemplo de esto, los 109 años que llevamos en la Iglesia recordando e impulsando la reflexión y el compromiso sobre la realidad de las personas migrantes y refugiadas a través de su Jornada Mundial anual. A través de todo este tiempo y con lemas y enfoques diversos, los diferentes papas han planteado reflexiones y retos para asumir y acompañar esta realidad.
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