Tribuna

Hacia una sinodalidad responsable entre ministros ordenados

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Transitamos procesos eclesiales de inspiración que renuevan nuestra imaginación y la esperanza de vivir tiempos mejores. La clave sinodal puesta en agenda pastoral por el papa Francisco actualiza la dimensión comunitaria constitutiva de cada Iglesia local, se realiza en procesos de escucha de la Palabra y de diálogo comunitario, y nos lanza a concretar un rostro eclesial a la altura de los anhelos de participación epocal en los que discernimos la voz del Espíritu del Señor.



En los procesos de escucha comunitaria realizados en diversos contextos, pero especialmente en América Latina, se oyen voces que promueven una atención mayor a las y los jóvenes, a las mujeres, a los migrantes, a personas LGBTQIA+, y a los pueblos originarios; en especial, cuando ellos viven situaciones de pobreza y marginación que se expresan, también, en urgentes desafíos socioambientales. Para crecer en su escucha, su participación y en el discernimiento evangélico compartido, se promueve, entre otras acciones, el afianzamiento de los Consejos Pastorales, ya sean diocesanos, zonales o parroquiales.

Pero como bien refieren aquellos que reflexionan y tienen experiencia en la animación de los procesos participativos, es importante también prestar atención a aquello que no emerge con tanta fuerza en la conversación institucional, pero sí se hace presente en diálogos personales; y que podría ser significativo para construir un horizonte común que nos haga sentir a todos verdaderamente en casa.

Una sinodalidad responsable

El Documento de Trabajo para la Etapa Continental -cuyo proceso ya ha concluido-, hace notar en el n° 34 que hay algunas voces que tampoco se sienten escuchadas: “las síntesis son sensibles a la soledad y al aislamiento de muchos miembros del clero, que no se sienten escuchados, sostenidos y apreciados: quizá una de las voces menos evidentes en las síntesis es precisamente la de los sacerdotes y obispos que hablan de sí mismos y de su experiencia de caminar juntos”.

Como Iglesia peregrina en América Latina practicamos un discernimiento regional que ha dado muchos y buenos frutos en la región. En la Introducción a los Documentos Finales de Medellín los obispos afirmaron que quisieron tomar solamente aquellas decisiones con las cuales estuvieran dispuestos a comprometerse personalmente, aunque ello les costara sacrificios (cf. n° 3). Pedro Trigo vincula los frutos pastorales de dicha Conferencia a esta opción fundamental. Y considera que, de esta manera, la autoridad episcopal no se apoyaba solamente en su representatividad, sino en el hecho de que decían a otros lo que, en primer lugar, se habían dicho así mismos; y esto, porque se habían comprometido a hacerlo (cf. P. Trigo, Medellín: una propuesta responsable. Prescribe a la Iglesia lo que propone a la sociedad, Revista Latinoamericana de Teología 103 (2018): 33-58).

El papa Francisco usó una expresión similar en la Exhortación pastoral Evangelii Gaudium al decir que estaba llamado a vivir lo que pedía a los demás. Por eso propuso una conversión del papado y de las estructuras centrales de la Iglesia (cf. EG 32). Sería de esperar que las reflexiones del Sínodo 2021-2024 incluyan algunos consensos alcanzados en este aspecto.

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Vivir la sinodalidad entre ministros ordenados

El ejercicio sinodal responsable entre ministros ordenados supone crecer en procesos de escucha mutua, en el discernimiento evangélico comunitario y en las decisiones compartidas entre obispos, presbíteros y diáconos, para que lo que afecta al cuerpo ministerial ordenado sea tratado por todos ellos, y se afiance la subsidiaridad en el ejercicio de la autoridad como servicio (CELAM, Síntesis Fase Continental AL, n° 88).

Aquí también aplica lo que vale para toda la comunidad eclesial: la necesidad de crecer en una sinodalidad intergeneracional para que los presbíteros o diáconos jóvenes desarrollen el protagonismo en este presente eclesial. También supone la opción preferencial por el acompañamiento de aquellos ministros que sufren la soledad, que están enfermos y son adultos mayores; por aquellos que tienen dificultades para cubrir sus necesidades básicas, y los que viven en contextos de inseguridad en donde sienten amenazada la propia vida. En algunas diócesis se menciona la necesidad de acompañar afectiva y efectivamente a aquellos que han dejado el ejercicio del ministerio.

En el plano de las estructuras, esta opción supone considerar la interrelación de los Consejos Diocesanos, entre los que se encuentra el Consejo Presbiteral, y no solamente focalizar en la necesaria restructuración de los Consejos Pastorales. Además, sería conveniente que la referencias al clericalismo en los documentos sinodales no queden asociadas exclusivamente a los presbíteros cuando, en primer lugar, es una conversión requerida a todo el orden ministerial y, luego, al resto del Pueblo de Dios.

Es de esperar que una sinodalidad responsable entre los ministros ordenados traiga, a mediano plazo, frutos de renovación para todo el Pueblo de Dios. Por una parte, estimo que permitirá avanzar en mayores consensos sobre cómo formar sinodalmente a las nuevas generaciones en los seminarios diocesanos. Por otra, la confianza consolidada en estas nuevas interacciones entre obispos y presbíteros o diáconos promoverá correcciones fraternas significativas sobre el ejercicio de la animación pastoral en corresponsabilidad junto al resto del Pueblo de Dios. También, favorecerá que lo ministros ordenados avancen en prácticas institucionales que prevengan, saquen a la luz, esclarezcan y reparen cualquier tipo de abuso en la Iglesia y en la sociedad (CELAM, Síntesis Fase Continental AL, n° 80). Por último, desde este humus de experiencia sinodal será más factible profundizar en la comprensión actual del ministerio ordenado que nos inspira el evangelio, y también abrirse a los nuevos ministerios laicales en germen.

Todo el Pueblo de Dios llamado a una sinodalidad responsable

El énfasis de esta reflexión sobre la sinodalidad entre obispos, presbíteros y diáconos no pretende ser una excusa para que el resto del Pueblo de Dios se desentienda de la urgente conversión pastoral. Todas y todos los cristianos estamos llamados a asumir de manera personal el compromiso sinodal. Las y los teólogos descubrimos grandes retos para reconfigurar nuestras prácticas de investigación y reflexión teológica junto al resto del Pueblo de Dios, especialmente a aquellos más pobres y sufrientes, y afianzar un estilo teológico adecuado para servir a las comunidades concretas.

La vida consagrada se descubre convocada a renovar el estilo y estructuras en sus comunidades y obras pastorales, creciendo en la resignificación de las relaciones cotidianas, del sentido sinodal de la obediencia, y de los procesos intercongregacionales.

Las y los laicos estamos llamados a crecer en la participación; y aquellos que tenemos puestos de animación pastoral o social necesitamos afianzar la escucha, el diálogo, el discernimiento evangélico y la construcción conjunta en los proyectos pastorales y fraternos, junto a los demás cristianos y a otras personas que buscan el bien común, especialmente los más pobres.

Como Pueblo de Dios queremos caminar confiados en la asistencia del Espíritu para responder responsablemente antes estos desafíos. ¡Nada hay imposible para Dios!