Probablemente, la publicación más relevante de Hans Küng, fallecido este 6 de abril de 2021, haya sido La Iglesia (Barcelona, 1968); al menos, desde el punto de vista pastoral y eclesiológico. En este texto abordó un asunto que ha vuelto al primer plano de la actualidad: cómo superar la carencia, ya entonces notable, de presbíteros, y que, agudizada en nuestros días, obliga a sacrificar muchas comunidades, casi siempre las más pequeñas, agrupándolas en las llamadas “unidades pastorales”.
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Según el teólogo suizo, que los laicos presidieran la eucaristía era una posibilidad que –habiendo sido real en las comunidades paulinas o helénicas de primera hora– estaba llamada a ser recuperada, siempre que se dieran –y se respetaran– determinadas condiciones. Obviamente, la existencia y posible recuperación de esta praxis tendría que llevar a reconsiderar la vigente teología sobre los sacramentos del orden y de la eucaristía, desmedidamente deudora de lo aprobado en el Concilio de Trento o, por lo menos, a enriquecerla y completarla.
Con la formulación de esta “revolucionaria” propuesta se abrió un interesante debate que presentó una doble vertiente: escriturística y dogmática. Escriturística, en primer lugar, porque se discutió (con resultados negativos) si, efectivamente, era una posibilidad que se había dado en los primeros tiempos de la Iglesia, sobre todo, en las comunidades paulinas de primera hora.
Y dogmática, porque se evaluó la consistencia universal de la teología sobre el ministerio ordenado y la eucaristía, aprobada en Trento, y su capacidad para afrontar adecuadamente las urgencias de la comunidad cristiana en nuestros días. El dictamen de este último apartado no dejó lugar a dudas: W. Kasper e Y.-M. Congar, entre otros teólogos, estuvieron de acuerdo en que era procedente tomar en consideración la proposición de H. Küng, aunque no la compartieran; y, menos, en todos sus extremos.
Pero esta iniciativa también provocó un doble posicionamiento magisterial: primero, de Pablo VI, para quien H. Küng mantenía algunas opiniones que se oponían “a la doctrina de la Iglesia que debe ser profesada por todos los fieles”. Que “la eucaristía –indicaba el papa Montini–, al menos en casos de necesidad”, podía “ser consagrada válidamente por bautizados carentes de la ordenación sacerdotal”, no podía “estar de acuerdo con la doctrina de los concilios Lateranense IV y Vaticano” (Declaración de la CDF, 15 de febrero de 1975).
Y, el segundo, durante el pontificado de Juan Pablo II –siendo J. Ratzinger prefecto de la CDF– el 16 de agosto de 1983, en una carta en la que se abordaron algunos de los puntos doctrinales que estaban en juego en la aportación de H. Küng: la relación entre lo que es el sacerdocio común y la apostolicidad; la reserva de la presidencia de la eucaristía exclusivamente a los obispos y presbíteros, y el sentido y alcance del votum o deseo de la eucaristía.