Ante la terrible emergencia de los 630 refugiados que llegaron el pasado 17 de junio al puerto de Valencia, recobra gran actualidad lo que escribí hace unos meses y que glosaré en este artículo. Estos días estamos sobrecogidos ante el drama de los refugiados, huidos, inmigrantes que llegan a nuestra tierra, a las puertas de Europa, pidiendo ayuda y acogida.
No podemos permanecer indiferentes, menos aún los cristianos, ante este hecho de tan grandes magnitudes en nuestro tiempo. Ante este hecho, tan dramático e inhumano de los 630 africanos subsaharianos que han venido aquí, Valencia –y particularmente la diócesis valenciana– está reaccionando, creo, ejemplarmente, como me dijo el Papa la semana pasada a propósito, para entendernos, de la emergencia del barco Aquarius.
La magnitud y gravedad del asunto del Aquarius nos está haciendo tal vez olvidar el drama de esos otros miles que nos llegan por pateras u otros medios estos días a las costas españolas, especialmente las andaluzas, también a las italianas.
No podemos cerrar los ojos
No los podemos olvidar, ni cerrar nuestros ojos ante el drama del África subsahariana, o del África en general, ni ante los macabros negocios de las mafias, a las que hay que perseguir y eliminar, por su corrupción más terrible: eso sí que es corrupción a lo grande, y se debe reaccionar con todo vigor y energía porque tratan con vidas humanas y se enriquecen con ellas.
Pensemos, por ejemplo, las fuertes sumas de dinero que han tenido que pagar los padres –¡nada menos!– de esos niños que han viajado solos en el Aquarius, y pensemos, además, por otra parte, en las grandes riquezas que gobiernos y mandatarios desaprensivos de África están obteniendo y acumulando de la opresión y subdesarrollo a que están sometiendo a sus pueblos. O de la esclavitud permitida por esos mandatarios cómplices, que lo permiten, toleran, o hacen la vista gorda: nunca, ni siquiera en la época de la esclavitud de los pueblos africanos y el traslado y venta como esclavos de los siglos XVII al XIX, sobre todo a América, ha ocurrido nada semejante.
Y Occidente, y los países de la opulencia, europeos o de otras partes, sin tomar las medidas urgentes y adecuadas, que conjuntamente deberían adoptarse, sin miras ni intereses particulares o bastardos incluso. Me temo que pudiera haber complicidad de quien sea también en esto, al menos por estar mirando a otra parte sin ponerse de acuerdo, que debería ser prioritario adoptar medidas que corrijan estas situaciones inhumanas. Sé que el asunto es complejo y delicado. Razón de más para actuar conjuntamente, pero actuar.
Acoger, proteger, promover e integrar
En todo caso, no soy político ni la Iglesia puede permitirse ninguna injerencia política, pero nada verdaderamente humano puede dejar indiferente al seguidor de Jesucristo, a la Iglesia, para inhibirse ante la terrible desgracia de las gentes que nos llegan.
La Iglesia, como dijo el papa Francisco con motivo de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, “ha de acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes y refugiados”. Eso es lo que estamos haciendo en la diócesis de Valencia, colaborando coordinadamente con las autoridades autonómicas y locales, y con las nacionales, sin buscar aplauso ni mirar al tendido buscando el parabién o salir en los medios de comunicación.
Uno de los tres o cuatro asuntos en que se juega el destino del hombre sobre la tierra en este tiempo y en los próximos decenios es este que nos interpela como una verdadera emergencia mundial. La emigración es un derecho que no se puede negar. Hay que reaccionar ante este hecho y este derecho, mostrar sensibilidad especial hacia él, hallar cauces y respuestas justas y equitativas para él.
Un orden internacional justo
Habrá que buscar y darle soluciones, que seguro que las hay, innegablemente; reclamará muchas reformas y cambios en la sociedad mundial y habrá de favorecer e impulsar, sobre todo, en los países de origen, nuevas condiciones de vida; habrá que posibilitar un nuevo orden internacional justo y humano, no el nuevo orden mundial que se viene fraguando en una verdadera obra de ingeniería social; los países receptores de emigrantes habrán de cumplir con el deber de ordenar la inmigración para evitar conflictos y evitar que, en un plazo no lejano, pierdan su identidad y su unidad.
Europa tiene una especial responsabilidad, porque de modo muy particular, principal e intenso se ve más afectada hoy por hoy. Un país solo o unos pocos países solos no pueden ofrecer la respuesta: la respuesta deberá ser de todos, unidos y conjunta. En todo caso es necesario que las legislaciones, en los diferentes países de Europa, habrán de ser generosas, equilibradas y equitativas, promotoras de la justicia y la paz y atentas a la solidaridad real y efectiva.
¿Qué se hace en los países de origen y con los países de origen? ¿Cuáles son las motivaciones y las causas que están produciendo esta catástrofe mundial? ¿Quiénes están dentro o detrás de estos movimientos que no son casuales? ¿Cuál es, aunque sea una pregunta políticamente incorrecta, el juego de, digamos, el yihadismo, el llamado Estado Islámico, los imperios de Oriente, u otras formas anónimas económicas ocultas pero existentes como verdaderos imperios que están trayendo ruina, u otros movimientos que favorecen esta situación tan dramática? ¿Qué se espera del futuro de Europa, de los países europeos, o qué se espera de Europa que sea dentro de pocos años?
Lúcidos y prudentes
Hemos de ser lúcidos y prudentes, que no significa, en modo alguno, desatender ya y sin más demora a nuestros hermanos que nos llegan y que claman y gritan buscando justamente una situación distinta a la que están soportando y sufriendo con gran sufrimiento, en su origen.
No podemos pasar de largo y dar un rodeo con comentarios que señalan culpables o dan soluciones de “barra de bar” para que las solucionen los que tienen el poder de los pueblos. Habrá que actuar sin ponerse nerviosos, pero actuar y pedir o reclamar que se actúe; habrá que actuar colaborando con los poderes públicos, con los Estados y gobiernos que correspondan, pero actuar sin más dilaciones y paliar esta situación hasta que se encuentren soluciones globales y verdaderas; habrá que actuar denunciando, pero la denuncia sola no soluciona las cosas, hay que atender a los que nos llegan sabiendo que aquí los vamos a recibir como hermanos: “Obras quiere el Señor”, diría santa Teresa de Jesús. Para eso hay que reconocer que no estamos preparados: que no tenemos la suficiente fe, ni somos capaces de mayor caridad, heroica caridad, ni de mayor misericordia y nos coge sin saber qué hacer y cómo hacer: pero hay que hacer algo.