La experiencia de la JMJ de 2011 en Madrid fue, sin duda, un impulso en mi vocación, sobre todo, en empezar a darme cuenta de que aquella llamada del Señor era una llamada insistente y que tenía mucha fuerza. En esa época, yo participaba en una experiencia con los jesuitas en el Pozo del Tío Raimundo, ayudábamos en la parroquia y en la Fundación Amoverse, que trabaja con la infancia y adolescencia del barrio.
- Artículo completo solo para suscriptores
- A FONDO: Diez años de la JMJ de Madrid: un tsunami de fe inundó la capital
- EDITORIAL: En las redes de los jóvenes
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Nada más comenzar la experiencia, empecé a ver cómo el Señor me llamaba a estar con los que más sufren, con los más pequeños. Era una llamada persistente, que se me repetía en cada actividad en la parroquia, en la eucaristía, en mi oración…
En el ambiente, todo eran preparativos para la JMJ, y me sumé como voluntaria de la parroquia para atender a los peregrinos que se alojaban allí. Recuerdo, con especial cariño, las oraciones al final del día en la capilla, la diversidad de culturas e idiomas rezando juntos, un momento de Iglesia, de comunión, de universalidad.
El momento crucial fue la vigilia en Cuatro Vientos. Me apunté para ir con los voluntarios del barrio, entre las que estaban las Hermanas del Ángel de la Guarda. Parte del despertar de la llamada fue al ver su acción en el barrio, su profundidad en la fe, su sencillez, su acogida, su cercanía… Dios me estaba llamando a una vida como la suya.
En esa vigilia, descubrí que se cuidaban muchísimo unas a otras, que estaban pendientes de todo y –algo fundamental para mí– que eran “normales”. Sé que esto suena extraño, pero me ayudó mucho ver que personas de mi edad, con experiencias similares a la mía, habían elegido este tipo de vida.
…