Tribuna

Hilos para tejer la “desescalada” pastoral

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Inimaginable, traicionero, cruel… Con estos y otros muchos adjetivos venimos calificando al COVID-19. Alguno de los que frecuentan los medios digitales, sin embargo, ha ido en dirección contraria: a punto ha estado de llamarle salvador en la batalla por la renovación eclesial y pastoral que viene reclamando la Iglesia a través de sus últimos papas, desde Pablo VI hasta Francisco.



Impacientes por la lentitud de los cambios en esta institución bimilenaria que acompasa sus pasos a la marcha de la humanidad,  han llegado a decir: para acabar con una Iglesia clerical, “ponga un virus en su vida”; para arrumbar una Iglesia sacramentalista, desapegada de la gente y de los nuevos tiempos… “ponga un virus en su vida”.

Desde luego, no pienso echarles en cara su denuncia profética hacia una Iglesia siempre necesitada de reformas. Hay que estar muy ciegos para no percibir sus miserias. Pero… ¿no les parece que se les ha ido la mano? A mi modo de entender, estas reformas solo pueden venir de un antiviral que, por cierto, desde hace tiempo viene facilitando la generación de anticuerpos en muchos de nuestros hermanos.

He comenzado intuyendo que los tenían miles y miles de personas que todos los días, a las ocho de la tarde, salen a los balcones para aplaudir a los sanitarios. Más allá del reconocimiento hacia unas vidas generosamente entregadas al servicio de los demás, adivino el clamor de unas partes que claman por sentirse un todo, de unas voces que nos citan con el futuro. Y quiero ver, en este gesto espontáneo, la añoranza de una comunión que es nota esencial de la Iglesia, don del Dios trinitario y tarea de todos los carismas y ministerios.

Eucaristia y gel, coronavirus

La situación pandémica ha puesto en valor el apostolado de muchos laicos que, bien pertrechados de anticuerpos, está activo en la convivencia familiar, la catequesis, el ministerio de la escucha y, en definitiva, en la acción caritativa y social llevada a cabo por miles y miles de voluntarios y profesionales de Cáritas, Manos Unidas y otras instituciones eclesiales.

Estos anticuerpos están también presentes en los pastores que siguen edificando la comunión eclesial y realizando su misión evangelizadora, fortaleciendo los lazos eclesiales, celebrando la Eucaristía a través de los medios telemáticos, asistiendo a los moribundos en los hospitales, acompañando a personas pobres, solitarias y enfermas…

Y, cómo no, en los consagrados: muchos se han contagiado y también han dado la vida atendiendo a ancianos y a enfermos, otros se han multiplicado atendiendo a los pobres… Pero no podemos bajar la guardia. Los virus que nos acechan son muy potentes; debemos tender una red que nos prevenga del odio, las divisiones, las calumnias, los celos; también del clericalismo.

Provocar anticuerpos

El coronavirus ha puesto en jaque muchas convicciones y creencias. A algunos, también su fe cristiana. Muchos de ellos se han visto decepcionados por un Dios castigador que, harto de los desmanes humanos, ha pasado una elevada factura. Definitivamente, la renovación eclesial y pastoral pasa por provocar anticuerpos a través de una pastoral de la fe que dé a conocer al Dios misericordioso en el primer anuncio, la iniciación cristiana, la ERE, la formación permanente…

El retorno físico a la comunidad se prevé lento. La evangelización renovada nos exige también fortalecer la cercanía y el afecto, invitar explícitamente a volver a la comunidad, y situar la Eucaristía en el centro de la vida eclesial sin hacer de menos al resto de sacramentos y a la lectura orante de la Palabra de Dios, tan fructífera durante todo este tiempo.

Mientras no sea posible de forma presencial, facilitemos la participación a través de los medios y de las redes sociales, eso sí –como dice el papa Francisco- poniendo mucho cuidado para “no viralizar a la Iglesia, para no viralizar los sacramentos y no viralizar al Pueblo de Dios”.

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