Desde la abdicación del papa Benedicto XVI, hasta nuestros días, hemos sido testigos de una serie de acusaciones por corrupción e inmoralidades contra gran parte de la jerarquía de la Iglesia. A medida que pasa el tiempo, más se entiende la renuncia del papa emérito, quien percibió que las modas y costumbres de un mundo cada vez más secularizado se habían instalado también al interior de la Iglesia.
Después de conocer los casos de pedofilia, de abuso de poder, como también de relaciones homosexuales consentidas, que en forma sistemática dieron cabida a una seguidilla de denuncias contra sacerdotes, obispos y religiosos(as), se llegó a una situación en escalada que nadie sabe en qué va a terminar. Conocida es la situación que vive la Iglesia en Chile, donde hay acusaciones por abusos y encubrimiento que ponen en apuros a su máxima autoridad, el cardenal Ricardo Ezzati, arzobispo de Santiago, quien dentro de poco tendrá que comparecer ante la justicia y prestar declaración. Tanto lo perjudicó esta situación, que lo llevó a desistir de su participación en el Tedeum de septiembre.
Por otra parte, los medios y la prensa en general han revelado también los abusos sexuales cometidos por el cardenal Theodore McCarrick. Ni hablar del informe en las seis diócesis de Pennsylvania. Y ahora, en el último viaje del Papa a Irlanda, también se han dado situaciones de abusos que ponen en tela de juicio el accionar de la Iglesia en ese país. Todo este contexto ha llevado a que el papa Francisco, en su rueda de prensa con los periodistas durante el vuelo de regreso desde Irlanda, declare: “Basta de encubrir abusos; quien vea, debe hablar inmediatamente… muchas veces son los mismos padres quienes ocultan el abuso de un cura”.
No son solo algunos…
Ante este contexto, como reos a la justicia, sacerdotes y religiosos resignamos y agachamos la cabeza ante la falta de credibilidad, la vergüenza, la impotencia y la tristeza que hemos generado, porque para quienes son y no son de Iglesia, “todos” pecamos. Me atrevería a decir que el adjetivo indefinido “algunos” ya no calza para sacerdotes o religiosos que “sí” quieren e intentan hacer bien las cosas, a pesar de todo. Si bien esta situación manifiesta que ni la más férrea disciplina y doctrina han sido suficiente para contener y depurar la formación de los candidatos al sacerdocio, también no es menos cierto que a nuestra Iglesia la invade “el humo de Satanás”, como bien lo expresara en su momento el papa Pablo VI.
Con esto no quiero ponerme el parche antes de la herida ni justificar a nadie, ya que, en el ámbito de la espiritualidad, sabemos que los vicios no vienen solos, es decir, detrás de un pecado de corrupción, de abuso de poder o de inmoralidad sexual, siempre van ligados otros y, en ese sentido, la preconización de una sociedad “sin Dios” caló tan fuerte, que traspasó y se instaló también en los sacerdotes y religiosos.
Es cierto que hay mucho que corregir y mejorar, y me parece que es una tarea no solo de los sacerdotes u obispos, sino de toda la Iglesia. Nadie garantiza que las denuncias y escándalos van a terminar; pero, sin duda, después de tanto escándalo, la mesura y la cordura deberían llamar a la prudencia y a decir “basta, no más”. Sin embargo, lo que se viene para nuestra Iglesia no será fácil. Habrá que remar desde sus orígenes, trabajando con una minoría, rescatando lo genuino del Evangelio: la justicia, la misericordia, la caridad, la coherencia de vida. Hablando, con un lenguaje afectivo y maduro, como el de Jesús, que, sin caer en extremismos afectivos, perdona a la mujer adúltera, pero le hace ver lo que está mal: “Mujer, yo tampoco te condeno. Vete y no peques más”.
Ciegos, sordos y mudos
El Señor y su Reino son mucho más grandes que toda esta miseria y desgracia. Lástima que la prensa y los medios no lo vean así, pues en su tarea de desprestigiar a la Iglesia, y en especial al clero, no darán tregua. Claro, un escándalo vende mucho más que mil acciones de Cáritas, mucho más que el programa de asistencia al adulto mayor en las parroquias o en las villas, mucho más que la pastoral de acompañamiento a los enfermos, mucho más que centenares de niños que se bautizan para vivir en la mirada de Dios o mucho más que una misión apostólica, como editoriales católicas que difunden el Evangelio por medio de sus publicaciones, las cuales ofrecen trabajo a tantas personas. Eso no vende ni es noticia para nadie, pero así son los medios, pululan “sus” noticias; es decir, solo lo que ellos consideran que es “noticia”; el resto, es basura. Son intrépidos y voraces cuando denuestan la honorabilidad de las personas por algún escándalo, pero ciegos, sordos y mudos cuando la Iglesia, en sus miles de obras, por amor al Evangelio hace el bien a tantas personas.
No pretendo que lo dicho hasta ahora sea el remedio para la enfermedad que aflige a la Iglesia, porque es posible que este sea más grave que la propia enfermedad. Pero solo me limito a recordar las palabras del teólogo Ratzinger para dar una luz de esperanza y cambio, cuando hablaba del retroceso y la realidad de nuestra Iglesia católica: “Será una Iglesia cada vez con menos influencia en la opinión pública, que ya no necesitará de sus colosales muros, con menos fieles… pero más espiritual y en sintonía con el Evangelio”.