Tribuna

Imagina una Iglesia… a partir de la palabra ‘Sínodo’

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“Sínodo” es una palabra hermosa y antigua. El prefijo ‘sùn’ evoca comunión, relación y unidad. Y “camino” siempre ha sido una metáfora de la vida y de los numerosos caminos que la atraviesan y que nunca son rectos ni se recorren sin vericuetos. La Iglesia es comunidad desde sus orígenes. Así nació, con pequeñas comunidades creativas unidas por el afecto y por la conciencia de un don y una responsabilidad. En la gracia del encuentro con Cristo y sus testigos. Con la tarea de la misión por la que quien salva y da sentido y felicidad llega a todos los hombres.



Si pregunto a mis hijos qué es la Iglesia hoy o en la historia que han estudiado, piensan: son los papas, cardenales y obispos. Hay comunidades, pero hay que formar parte de ellas, y a veces son muy cerradas. Y la iglesia, el lugar de la asamblea, cada vez lo representan menos. Entras, sigues la liturgia solo o en familia, y sales sin sentirte hijo o hermano.

Esperar, trabajar, identificar caminos y métodos para que la Iglesia vuelva a ser sinodal, es decir, compañía, es tan bueno y justo que cabe preguntarse por qué debería suponer un cambio, una revolución. ¿Por qué no se ha dado antes? Por el clericalismo, la costumbre y el cansancio.

La costumbre y el cansancio

Si la cúpula jerárquica no se traduce en poder, sino en una autoridad reconocida y amada por su carisma, la obediencia se convierte en una virtud para nuestro bien. Si la autoridad no actúa por sí misma, sino que es capaz de escuchar y compartir, es entonces una figura paterna.

El clericalismo es una consecuencia anacrónica, porque los sacerdotes están cada vez más aislados, despreciados, y con poca influencia. Se cargan de compromisos pesados y con frecuencia se alejan de su elección de vida y de su vocación convirtiéndose en administradores, organizadores, psicólogos y trabajadores sociales. Las exigencias de demasiados laicos los empujan a moverse y ejercer el poder como sacerdotes, y eso no es una ganancia. La costumbre y el cansancio surgen de la pérdida del don del bautismo y afectan tanto a religiosos como a no religiosos.

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La Iglesia está llamada a encontrar de nuevo el camino para llevar al mundo la Palabra y la vida de Jesús, con valentía y sonrisa, libertad y juicio. Esto es lo que pido a los trabajos del Sínodo. No me interesan encuentros entre quienes ya trabajan en las distintas estructuras, asambleas parroquiales y diocesanas vestidos de rojo y púrpura. Ni la elaboración de documentos, si no es para recoger con sencillez y sin censuras las mil voces de los mil rostros de la Iglesia. Que reflejen el ‘unicum necessitaum’, la fe. Porque, o la fe cambia e impregna toda la realidad y la vida, o no sirve de nada, no interesa; es solo regla, teoría y costumbre.

Será el Papa quien indique el camino. La Iglesia no es una democracia, es el lugar habitado por el Espíritu Santo. Desafortunadamente, este impulso sinodal, me parece que se centra en afirmaciones ya repetidas y orientadas a desmantelar la doctrina. Como si las reuniones, los diálogos, la redacción de textos y el estudio de documentos tuvieran que decidir si las parejas homosexuales deben ser bendecidas o no, qué tareas se pueden confiar a las mujeres, o si tal vez los sacerdotes se sientan menos solos si se aboliera el celibato.

Diversidad

Estos temas no me interesan y creo que acrecientan la confusión y la división. Por supuesto que me gustaría acoger a todos, sin condiciones y sin distorsionar las enseñanzas de la Iglesia. Claro que me gustaría que la mirada de la mujer, confinada al cuidado, fuera escuchada y solicitada, porque cuidado significa atención, ternura, sensibilidad hacia la persona y esto cambia la gobernanza, las iniciativas y las mentes.

Es esta diversidad la que debe reconocerse y valorarse, no la equiparación en puestos importantes. Las mujeres deberían enseñar en los seminarios. Por supuesto que me gustaría una Iglesia joven, a la que los jóvenes puedan pertenecer, dedicando sus sueños, su compromiso y su audacia, sin pretender reducir la fe a un sentimiento, a su pensamiento, tomando pedacitos de ella aquí y allá, según convenga. El Sínodo que me interesa es la claridad de la propuesta cristiana, en la unidad, en la fidelidad, en la gratitud, en la atención amorosa a cada hombre y en la certeza de que el camino, entre mil caminos, es uno solo, el de Cristo.


*Artículo original publicado en el número de octubre de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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