Tribuna

Imagina una Iglesia… de oración, escucha y justicia

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La Iglesia que me gustaría interpreta la profecía del testamento espiritual del teólogo alemán Karl Rahner, poniendo en el centro la oración, orientada a la progresiva apertura de cada creyente a la gracia de la autorrevelación de sí mismo que Dios da a sus criaturas. Los Evangelios son la herramienta para acceder a esta “oración relacional”; son una especie de pentagrama sobre el cual co-construir con Dios el alfabeto con el que Él nos habla. Al principio en el secreto de nuestra habitación, luego a través de las personas y eventos que experimentamos en el camino.



La experiencia de un conocimiento íntimo de Jesús, adquirida gracias a la oración y confirmada por el contacto con la comunidad orante, surge del uso de herramientas como la contemplación imaginativa de San Ignacio de Loyola, la oración mental de Santa Teresa de Ávila, la ‘Lectio Divin’a u otros métodos basados en las Sagradas Escrituras. La segunda característica de la Iglesia que me gustaría es la capacidad de escucha que acompaña a la oración. Una escucha llena de asombro y anticipación: ¿y si, a través de la persona que me habla, Dios quisiera revelarme algo de sí mismo o instruirme sobre un aspecto de mi vida?

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Una tercera característica de la Iglesia que me gustaría es un agudo sentido de la justicia. La familiaridad común con los Evangelios nos hace a todos muy sensibles a la forma en que Jesús abordó situaciones de este tipo. Antes de que se pueda alcanzar una solución ética compartida, algunos casos requieren un complejo proceso de discernimiento entre especialistas en la materia. Educar en el espíritu de parresía, en un espíritu que no ceda a la tentación de una diplomacia incomprendida ni dude en la elección preferencial por los pobres, es una tarea esencial de la comunidad.

Sin distancias

Por último, la Iglesia que me gustaría valora las posibilidades que ofrece la web para entablar una relación de igualdad con los cristianos que se encuentran geográficamente alejados. Durante los días que concluyeron el mes de ejercicios espirituales, recuerdo haber preguntado a Evelyn, una monja de Zimbabue: “¿No has tenido ninguna dificultad al entrar en relación con Jesús, un judío de piel blanca nacido en las costas del Mediterráneo?”. Respondió sonriendo: “¡¡¡Mi Jesús es negro!!!”


*Artículo original publicado en el número de octubre de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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