Tribuna

Indiferencia

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Maria_ValgomaMARÍA DE LA VÁLGOMA | Profesora de Derecho Civil. Universidad Complutense de Madrid

“Nos hemos aprovechado de ellos y, debido a la crisis, queremos desprendernos de ellos. Hasta los bancos se han cebado, les han engañado…”

Es terrible la capacidad que tiene el ser humano de “acostumbrarse” a cualquier cosa, por tremenda y dolorosa que esta sea. León Felipe se refirió a ello cuando dijo que “para enterrar a los muertos como debemos, cualquiera sirve, cualquiera menos el sepulturero”. El sepulturero está tan acostumbrado a hacerlo que para él es ya solo rutina.

Aún recuerdo el dolor que sentí la primera vez que murió un inmigrante. Fue un subsahariano y murió de frío una gélida noche de enero, en la Plaza de España de Madrid. Durante mucho tiempo supe su nombre y le dediqué un artículo. ¿Dónde quedó ese sentimiento? Ahora oímos con la misma indiferencia que el Mediterráneo, un mar rico en culturas diversas, se ha tragado a 30 inmigrantes en Sicilia o a 300 tratando de llegar a Lampedusa. Nos hemos acostumbrado a oírlo, a leerlo, sin detenernos, sin darnos cuenta de la tragedia que sus tempranas muertes supone. El dolor de sus padres, de sus mujeres, de los hijos que crecerán sin unos padres a los que ni siquiera recordarán.

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No puedo entender nuestra ceguera (por no hablar de la falta de humanidad). No soy yo, ha sido el director de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, Morten Kjaerum, quien dijo días atrás que, “en cinco o diez años, la situación de Europa será preocupante”, refiriéndose al envejecimiento de la población. Ya que no lo hacemos por humanidad, hagámoslo por necesidad. Ellos hacen lo que los españoles no queremos hacer: limpian nuestras casas, cuidan a nuestros niños, se ocupan de nuestras madres, padres o abuelos con Alzheimer o con otras enfermedades…

Nos hemos aprovechado de ellos y, debido a la crisis, queremos desprendernos de ellos. Hasta los bancos se han cebado, les han engañado. ¿Cómo si no puede concederse una hipoteca de 1.000 euros a alguien que gana 800? Puedo asegurarles que no me lo invento. Conozco a una familia, compuesta de padres y tres hijos, que por no dejar de pagar la hipoteca y que les desahucien viven –si eso se puede decir– con 75 euros al mes.

No puedo entender tampoco la ceguera de los políticos, la ignorancia supina acerca de este asunto. Me exaspera la repetida cantinela de que “hay que luchar contra las mafias” para justificar tanta acción injustificable, como las cuchillas (me niego a utilizar el alegre y ligero eufemismo de “concertinas”) de la valla de Ceuta y Melilla. ¿Cree de verdad el ministro, o sus adláteres, que las mafias entran por la valla? ¿Creen que vienen en pateras o cayucos? ¡Por favor!

Y no son disuasorias, no. Seguirán viniendo porque huyen de la miseria, del hambre, de las guerras –muchas familias vienen ahora de Siria–, de las matanzas tribales, de los dictadores… Seguirán llegando, pero lo harán malheridos. En octubre pasado recibí a una muchacha de 17 años. Había saltado la valla de Melilla embarazada de ocho meses. Tuvo la suerte de no herirse más que en una muñeca, pero vi sus tendones al aire. Hay que estar muy desesperada para hacer algo así. Probablemente, el embarazo sería producto de una violación en el largo viaje que casi todos los subsaharianos hacen. Y se enfrentan al último obstáculo, esa alambrada de seis metros de altura, plagada de cuchillas. Un durísimo viaje que puede alargarse dos, tres, cuatro años. Unos mueren de sed o de hambre en el desierto, a otros los asaltan y roban, a las mujeres las violan…Podría seguir con una penosa letanía de desgracias que se siguen unas a otras como las cuentas de un rosario. No les detendrá una valla, no.

En la Declaración Universal de Derechos Humanos se consagra el de toda persona a circular libremente. Pero ese derecho se restringió en pro de la soberanía nacional, que puede imponer las condiciones de entrada, estancia y residencia en un país. Europa no les quiere. Europa ha dejado de ser solidaria, y con ello ha perdido su identidad al dejar de lado la fraternidad. Para ustedes, para mí, con los versos de León Gieco, en la cálida voz de Ana Belén, “solo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente”.

En el nº 2.905 de Vida Nueva

 

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