Un nuevo obispo ordenado en Inglaterra. Este hecho, a priori, no sería una noticia relevante por estos predios hispanohablantes. Sin embargo, no se trata de una ordenación episcopal más. Primero, porque quizá no habría una fecha más significativa para un británico católico: el 22 de junio, fiesta de santo Tomás Moro y san Juan Fisher.
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El primero fue el canciller de Enrique VIII, mártir de la conciencia y patrono de los políticos; el segundo, el obispo de Rochester (quédese el lector con el nombre de esta diócesis) al que el capelo cardenalicio no le salvó de ser decapitado en aquel mismo tiempo. En segundo lugar, porque el obispo ordenante es el cardenal Víctor Manuel Fernández, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, todo un símbolo de conexión de máximo nivel entre las Islas Británicas y la sede petrina.
El nuevo prelado es David Waller y se ha convertido en el primer obispo que ejercerá como ordinario del Ordinariato de Nuestra Señora de Walsingham, que reúne a los anglicanos que han deseado entrar en comunión plena con Roma en el Reino Unido, gracias a aquella medida pastoral en forma de constitución apostólica (‘Anglicanorum coetibus’) promulgada por Benedicto XVI en 2009.
Su condición de célibe ha permitido la consagración episcopal y, con ello, se fortalece de modo institucional y sacramental de una manera significativa su relación y vinculación con los católicos ingleses y el sucesor de Pedro. De esta manera, también las relaciones entre anglicanos y católicos quizá puedan encontrar cauces locales más fluidos para seguir avanzando en el camino de la unidad, el testimonio y la cooperación.
Momentos agridulces
Estas relaciones anglicano-católicas pasan por momentos agridulces. El dulce lo ponen las relaciones personales entre el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, y el papa Francisco. Sus numerosos encuentros, su misión de paz en Sudán del Sur y, últimamente, el encuentro que mantuvo el papa Francisco en Roma el pasado 2 de mayo de 2024 con todos los primados de la Comunión anglicana (hecho altamente significativo), son signos de cercanía e intentos de plasmar la comunión real, aunque imperfecta, que ya compartimos.
El agrio de las relaciones lo ponen las cuestiones teológicas, sacramentales y disciplinares que aún nos dividen, fundamentalmente cuatro: la cuestión de la ordenación de las mujeres (también ahora al episcopado) y tres cuestiones relativas a la sexualidad humana como el reconocimiento de un rito de bendición litúrgico para parejas del mismo sexo, la ordenación de homosexuales declarados y una visión del matrimonio que contradice lo recibido en la Escritura.
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