Una persona me mostraba su escepticismo ante la realidad, porque contemplaba cómo a personas muy buenas les ocurrían desgracias, y eso, decía, es injusto. Me recordaba al Eclesiastés ante el sarcasmo de la vida tocada por la muerte. Mirando mi cuaderno de vida recuerdo un hecho anotado, pero en otro tono muy diferente, de este fin de semana.
- PODCAST: Hummes… y “no te olvides de los pobres”
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
He participado en el encuentro de fin de curso de la asociación “por ellos”. Suelen llamarme para compartir espacios comunitarios y también personales, me dicen que soy su acompañante de confianza. En esta ocasión me pedían que les ayudara a reflexionar y profundizar en su proceso de asociación y la finalidad de esta que es ayudar a vivir el duelo de los hijos ausentes.
Experiencias compartidas
Para mí son una fuente de sabiduría auténtica, no tienen mucha teoría, pero han ido adquiriendo principios firmes y consistentes desde sus experiencias compartidas. Sabiendo de este fondo les propuse comenzar con una canción entrañable: “Si me das a elegir”.
Escuchamos la versión de la cantante Rosalía. Escucharla con este grupo tiene un sentido especial. Si les hubieran dado a elegir de ninguna manera sus hijos habrían muerto, más bien habrían dado su vida por ellos. La vida te marca con determinaciones que tú no deseas, pero una vez llegados ahí, lo que si puedes decidir es el modo de vivirlo y enfrentarte a ese acontecimiento.
Frente al duelo
Allí estaban estos padres que se enfrentan a la situación de muerte de sus hijos y han querido hacerlo junto a otros que han vivido lo mismo, desde la verdadera compasión, intentando entrar en la misma pasión y sufrimiento. Les propuse al hilo de la canción mirar cómo estos procesos de ausencia y duelo nos habían afectado en las distintas dimensiones de nuestro ser.
¿Cómo ha afectado a nuestro ego, a nuestra personalidad y a nuestras relaciones este proceso de dolor y separación? Rápidamente, como es habitual en sus encuentros, salía la vida a borbotones. Las primeras reacciones, confiesan, fueron de rabia frente a lo injusto y lo incomprensible, momentos de envidia de los otros, de deseo de huir y construirse otro mundo en olvido y en distancia. Pero poco a poco, surgía la necesidad de seguir viviendo, de no enterrarse en vida, porque era posible y necesario seguir caminando, había vida tras esa ausencia de lo querido.
Desde la sanación
El ego herido buscaba sanación. Manifestaron que su personalidad también fue herida, se preguntaban si la vida merecía la pena y la lucha de lo diario. Tentados de desprecio han aprendido, también en común, que lo vivido con los seres amados es un tesoro irrenunciable, y que ese afecto les empujaba a cuidar sus propio ser personal para seguir viviendo y amando.
Me sorprendió lo que se refiere a la vivencia profunda de la alteridad: “nunca pensé que podría querer tanto a mi esposa en mi vida, como ahora la estoy queriendo “;” ahora valoro a mis hijos de un modo totalmente nuevo y ellos a nosotros”; “Desde entonces cualquier dolor me conmueve y no puedo pasar ante él de largo, tengo que acercarme”; a todo esto se sumaba, según atestiguaban, unas nuevas relaciones que nos abren desde el sufrir al mayor amor, así es esta asociación, un lugar donde el querer recobra a los ausentes y consuela de la pena de la separación.
El dolor se va mitigando con una vivencia de la muerte que genera vida, sentimientos renovados y fecundos, situación aceptada, pero sobre todo visión nueva del vivir y del querer. Ahora tras el dolor de la muerte injusta saben de un modo nuevo lo que es la vida, por la compasión descubierta.