Tribuna

El intervencionismo ruso en Ucrania: un conflicto nada congelado

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¿Por qué Rusia podría tener interés en abrir un conflicto a gran escala? A treinta años de la desaparición de la URSS y de la creación de dos Estados independientes —Rusia y Ucrania— estamos asistiendo al enésimo conflicto en las fronteras del vecindario común compartido por la Unión Europea y Rusia, con la participación de múltiples actores (antiguas repúblicas soviéticas, pasados Estados satélites de la URSS y organizaciones regionales antagónicas en el ámbito militar, como la OTAN y la OTSC, esta última liderada por Rusia).



Varios son los factores que podrían estar jugando a favor de una decisión estratégica, en el ámbito geopolítico, que inevitablemente provocaría consecuencias difícilmente evaluables en los sectores económicos, energéticos, políticos, de la seguridad internacional y regional y, en particular, en vidas humanas.

El primero de ellos está conectado con la finalización de un conflicto congelado, desde 2014, que Putin tendría la voluntad de concluir. Su posición está reforzada por la reintegración de Crimea y la ausencia de una respuesta contundente de la UE y de Estados Unidos —más allá de las sanciones— y por los éxitos cosechados en anteriores intervenciones, como el de Transnistria (Moldavia), Osetia del Sur y Abjasia (Georgia), la instrumentalización del conflicto de Nagorno-Karabaj (entre Armenia y Azerbaiyán), el control de Bielorrusia (sosteniendo a Lukashenko después del fraude electoral en las últimas elecciones presidenciales y la represión posterior) o, días atrás, desplazando tropas a Kazajistán, en el marco de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), para sofocar las revueltas sociales contra el régimen de Tokayev.

Un segundo elemento tiene que ver con el papel que ocupa Ucrania en el imaginario histórico y profundamente nacionalista del Kremlin. La Rus de Kíev no solo es la joya de la corona; fue la cuna de Rusia, el origen de la nación y del imperio. Por lo tanto, constituiría la restauración del corazón eslavo y una pieza geopolítica y estratégica que ocupa un lugar preferente en la memoria generacional y personal de muchos rusos y, en particular, de Putin.

Un tercer argumento tiene que ver con el superávit económico que la escalada del precio del petróleo otorga a Rusia, con la posibilidad de afrontar un coste como el de embarcarse en una operación militar de este calado. El presupuesto 2022 estaba calculado con un precio del barril de petróleo de 40 dólares, cuando ya estamos en los 90 dólares y subiendo. Por no mencionar el incremento que se generaría en el caso de que hubiese un conflicto bélico abierto.

Otro factor adicional deriva de la percepción de debilidad que —para el Kremlin— transmiten la Administración norteamericana y la propia UE, cuya respuesta a una eventual agresión contra Ucrania reiteraría el camino de las sanciones que, hasta la fecha, no han alterado el pulso estratégico ruso.

¿Qué está pidiendo Rusia?

Hay un interés legítimo en frenar la expansión de la OTAN hasta las fronteras de Rusia mediante un compromiso jurídico, vía Tratado Internacional. Hay que recordar que esas garantías ya se ofrecieron en el momento de la independencia y desnuclearización de Ucrania —desarme nuclear— y en la creación del Consejo OTAN-Rusia en 1999. Putin exige el cumplimiento del mencionado acuerdo congelando, además, el despliegue de infraestructuras militares de la OTAN en la región, así como la finalización de la asistencia militar norteamericana a Ucrania.

Sin embargo, los precedentes de Georgia en 2008 y de la propia Ucrania en 2014 no permiten el optimismo. Desde un punto de vista jurídico-internacional supone una abierta intromisión e injerencia en asuntos de exclusiva jurisdicción interna de un Estado soberano, que debe de decidir libremente, sin estar sometido a la amenaza o al uso de la fuerza, su futuro y su eventual adhesión a diversas organizaciones internacionales (lideradas por Rusia o no). No parece que Occidente esté dispuesto a ofrecer a Rusia garantías a largo plazo de no intervención en su zona de seguridad/influencia similares a las que, no obstante, ha otorgado a China.

Ucrania

Otras opciones planteadas en los diversos formatos de resolución diplomática de controversias (Normandía, Minsk) desarrollados hasta la fecha pasarían por la federalización de Ucrania, otorgando una amplia autonomía a las regiones orientales de Donbás, Lugansk y Donetsk —de mayoría rusófona—, por la declaración de un estatus de neutralidad de la república, consolidado constitucionalmente o bien por el mantenimiento de la congelación del conflicto. Tampoco parecen estar en la agenda del presidente Biden.

En caso de producirse un conflicto bélico con elementos híbridos (desinformación, ciberataques, con herramientas de presión como el suministro energético condicionado por parte de Rusia, del que depende estrechamente la UE, y con la apertura del Nord-Stream 2 –el gasoducto que une Rusia y Alemania a través del mar Báltico– pendiente de un hilo, habría que ver si el Kremlin realizaría una acción limitada o llegaría hasta Kíev, instalando un gobierno marioneta.

Putin, y buena parte de la sociedad rusa, consideran a Ucrania étnica, cultural, religiosa e históricamente como parte integrante de Rusia. No entienden una independencia que, a su juicio, nunca tendría que haberse producido después de 1991 y que, solo la injerencia de un Occidente intervencionista consiguió consolidar. Occidente que se enfrenta a un dilema atrapado entre dos condicionalidades muy negativas: aceptar el estatus de Rusia en su extranjero próximo y su área de influencia, ampliado al conjunto de Ucrania, o bien desencadenar un conflicto por una inacción crónica.

¿Qué va a hacer Putin? Proyecta una imagen de líder racional y no emocional en las principales cancillerías occidentales pero, en el actual envite, es imprevisible. Lo cierto es que en el pulso sostenido desde el año 2008 con Estados Unidos, UE y el conjunto de potencias occidentales ha salido siempre reforzado y, además, cuenta con la anuencia de China, con la que mantiene numerosos niveles de cooperación. El nuevo desorden internacional está servido y, sus consecuencias, pueden ser de amplio calado.