Un sendero entre el ya y el todavía no
El despertar de las mujeres
Tenemos noticias de que en el siglo XV las mujeres comenzaron a reclamar por sus derechos, una reivindicación que fue tomando cuerpo en tiempos de la Revolución Francesa, la cual fue replicada en el devenir. Acceso a la educación, al mercado laboral, derecho al sufragio, protagonismo en el espacio público y político, han sido parte de sus logros. Estos reclamos también se hicieron oír en las iglesias cristianas. Ocurre que en la mayoría de las culturas, y por ende en las religiones, las mujeres han sido y son consideradas subalternas, sometidas a la voluntad masculina, aun cuando la retórica y la teoría reconocen la igual dignidad de varones y mujeres.
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Hemos sido pensadas a partir de prejuicios que nos caracterizan como imprevisibles, turbulentas, ilógicas, charlatanas, débiles, en contraposición a los varones vistos como lúcidos, reflexivos, responsables, racionales y capaces de mando. Ahora bien, partiendo del sacerdocio común de los bautizados, no debieran existir diferencias entre el varón y la mujer, porque “en Cristo y en la Iglesia no existe desigualdad alguna en razón de estirpe o nacimiento, condición social o sexo” (LG 32). Se deriva que todos los y las fieles creyentes tienen los mismos derechos fundamentales y por lo tanto la misma corresponsabilidad en la vida y en la misión de la Iglesia.
Gestos y palabras de Francisco
Al poco tiempo de ser elegido Papa, en ocasión de la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud, Francisco expresó que “no se puede entender una Iglesia sin mujeres, pero mujeres activas, con su estilo, que llevan adelante…Es necesario hacer una profunda teología de la mujer”. Admite que las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres plantean un desafío que la Iglesia no puede eludir (cf. EG n° 104). Reconoce que ante una Iglesia demasiado temerosa y estructurada, una Iglesia viva puede reaccionar en atención a los reclamos de justicia que ellas aspiran (cf. ChV n° 42).
Nos dice que es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia (cf. EG n° 103), «porque su ser mujer implica también una misión peculiar…que la sociedad necesita proteger y preservar para bien de todos» (AL 173). Incluso en el mismo número nos dice: «valoro el feminismo cuando no pretende uniformidad ni la negación de la maternidad», admitiendo también que «muchas mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes, contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos y brindan nuevos aportes a la reflexión teológica» (EG 103). Francisco asumió un importante desafío que cristalizó en el año 2016, estableciendo la primera Comisión de Estudio para el diaconado de mujeres con la tarea específica de estudiar el tema, la cual logró un resultado parcial. En 2020 el Papa instituyó una nueva comisión con igual propósito.
El discipulado de iguales inaugurado por Jesús
Estas consideraciones nos llevan a pensar en la necesidad de retomar aquellos modelos de liderazgo compartido instaurados por Jesús. La palabra discípula no aparece en los evangelios acompañando el nombre de alguna mujer, sin embargo la Biblia presenta numerosos testimonios de seguimiento de las mujeres: María de Magdala, María, madre de Santiago y de José, Salomé y otras, seguían y servían a Jesús (cf. Mc 15,4041); perseveraban en la oración en compañía de algunas mujeres y de María la madre de Jesús (cf. Hch 1,14-15); y sus hijos y sus hijas profetizarán (cf. Hch 2,17-18).
En consecuencia, el proyecto de Jesús se vislumbra contracultural respecto de las estructuras sociales de la época. Es así que el “discipulado de iguales” abre la posibilidad de seguimiento a todos y a todas, apartando todo vestigio de opresión y subordinación. En tal sentido se requiere una sólida reconstrucción del cristianismo primitivo revisando el «discipulado de iguales» que inaugurara Jesús.
Entre el ya….
El quehacer de las mujeres en tareas de catequesis, pastoral de la salud, acompañamiento espiritual, presencia en barrios populares, mujeres en ámbitos académicos y otros, muestra su capacidad de servicio y liderazgo. En esta labor han ido construyendo un discurso teológico práctico-narrativo que brota de la cabeza, corazón y entrañas.
De este modo, las mujeres han alcanzado algunos logros reflejados en un mayor interés por el estudio de la problemática de la participación de la mujer en la Iglesia, y una profundización en estudios de antropología, revelación y teología, cuestionamiento de los modelos culturales que excluyen a las mujeres, enriquecimiento del lenguaje sobre Dios incorporando imágenes femeninas tomadas de las Escrituras, entre otros. Sin lugar a dudas, esto ha llevado a un aumento de la presencia de las mujeres en el ámbito teológico, y un mayor número de publicaciones de mujeres en temas de teología.
Un signo positivo que ofrece Francisco es la recuperación del diálogo con ellas. Ha nombrado a mujeres en 5 de las 22 oficinas más importantes de la Curia (Secretaria de Estado, Secretaria para la Economía, tres Dicasterios, nueve Congregaciones, cinco Consejos, tres Tribunales). Es la primera vez que un pontífice nombra mujeres líderes en la cima de un Dicasterio. En 2021 nombró a A. Smerilli en el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, y a nuestra compatriota E. Cuda como Jefa de la Comisión Pontifica para América Latina y del Caribe.
y el todavía no
La historia como lugar de revelación no admite la opresión de ninguno de sus hijos/as. La gestión eclesial ha de ser compartida y equilibrada tanto para para varones como para para mujeres; sin embargo, la situación de las mujeres es compleja, puesto que muchas de ellas participan activamente en sus comunidades y a la vez permanecen en los márgenes. Urge la necesidad de retomar una antropología cristiana que siente las bases en la igual dignidad de varones y mujeres, es decir una antropología humanocéntrica, unitaria y feminista, que apele a la diferencia, a la multiplicidad, a la no homogeneidad, y a la creatividad de lo propiamente humano: varón-mujer (V. Azcuy: 2016).
Respecto de la cuestión del sacerdocio ministerial femenino, Francisco adhiere a sus antecesores afirmando que “el sacerdocio reservado a los varones como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es un asunto cerrado” (EG 104). Cuando menciona la ideología del género como responsable de la negación de las diferencias del sexo, no toma en cuenta la perspectiva de género la que en sí misma se aleja de cualquier ideología. No obstante, reconoce que algunas ideologías de este tipo pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles (cf. Al n° 56).
Entre los todavía no, resuena aun la presencia de 35 mujeres en el Sínodo de la Amazonía, el mayor número en una reunión de obispos, aunque sin derecho a voto. Sin embargo, en el 2020, Francisco nombró N. Becquart como subsecretaria del Sínodo de los Obispos con derecho a voto.
A modo de conclusión
En referencia a la igualdad evangélica, ‘Mulieris Digntatem’ reconoce que las situaciones en desventaja y discriminación por el hecho de ser mujer, son fruto de la herencia del pasado que todos los seres humanos llevan en sí (cf. MD 10). Afrontar el tema de la mujer en el seno de la Iglesia no es simplemente una respuesta al movimiento de promoción de la mujer en todos los ámbitos, en el ámbito eclesial es una exigencia permanente. Mantener esquemas asimétricos generadores de injusticias sociales contra las mujeres constituye un escándalo y una contradicción con el imperativo evangélico. La situación merece una conversión definitiva por parte de todos y todas en la iglesia (CELAM 2005, 72-73).
Recuperar la dignidad de las mujeres no solo en las teorías sino particularmente en las prácticas concretas, es un deber evangélico y un deber conforme la instauración del Reino de Dios. Francisco ha inaugurado un sendero sorprendente en cuanto a la promoción de las mujeres. Ha primereado al designar a una mujer con derecho a voto en el Sínodo de los obispos, ha ampliado el nombramiento de mujeres en cargos decisivos.
El camino ya está hecho. Pero aun soñamos con una Iglesia donde los lugares de decisión y de gobierno sean ocupados, tanto por hombres como por mujeres, capacitados y capacitadas debidamente. Una Iglesia que comprenda que las mujeres aspiramos a la plena participación en clave de comunión. Una Iglesia que interprete las Bienaventuranzas en perspectiva de género. Una Iglesia que no tema reconocer en su seno al discipulado de iguales inaugurado por Jesús.