Todos los seres humanos, tenemos la tentación de aislarnos en algún momento de la vida. Por eso, el encuentro con Jesús debe tener una vida íntima y personal, una vida interior que nos ayude a encontrarnos con nosotros mismos y con Dios.
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La eficacia de la acción depende de nuestra oración personal y comunitaria, el principal encuentro que nosotros tenemos es con Jesús vivo y resucitado. Por eso los encuentros son fundamentalmente de comunicación cercana y sentir con el otro(a), incluso la misma Palabra de Dios nos habla de un Jesús cercano, porque conoce nuestro corazón.
Jesús sale de sí mismo para ir al encuentro con el otro(a), llámese: publicano, samaritana y con la pecadora. Es un encuentro cargado de un ambiente de misericordia, perdón y sanación.
Por eso, quiero retomar algunas ideas que han resonado en mi corazón sobre nuestros encuentros y desencuentros. Aunque es un tema propio de nuestro papa Francisco y que he escrito ya en varios artículos en la revista vida nueva; quiero profundizar sobre los diferentes encuentros importantes que tenemos a lo largo de nuestra vida e inclusive en desencuentros que podemos aprender a aceptar y superar para realizarnos como personas integras. En últimas es humanizar nuestros encuentros para que sean vivenciales y fraternos.
Mirar a la persona es el principio de cualquier relación
“El mirar a la persona misma debe ser destacado de una manera especial. Así como percibir, mirar, escuchar, estar atento, sencillamente estar son, este sentido, sinónimos. Pues no debe pensarse en las actividades de la persona divina, ni en los misterios de la vida de Jesús, ni en imágenes o iconos… una persona no puede ser contemplada o vista de manera objetiva. La persona no es un objeto.
La persona solo puede ser vista o reconocida estando en relación con ella… llevar a mirar la relación que incluye de la misma manera a uno mismo y a Dios…” (Franz Jalics, N.85, Cristianisme i Justicia, Barcelona, 2018. Pág. 22). El mirar debe llevarnos a un encuentro con el otro, con el trascendente… en general los místicos tuvieron claro que ese encuentro con Dios lleva a una relación profunda.
El santo cura de Ars le pregunto a un campesino: ¿Qué oras frente al santísimo? “Él me mira, yo lo miro”. El contemplar debe ser interior, porque es un encuentro de humildad y misericordia.
Encuentros en la Palabra de Dios
La fundamentación bíblica y teológica, nos contextualiza en diferentes encuentros como por ejemplo, entre Dios y Moisés en el monte Sinaí, dónde le da las tablas de la ley, ya desde el Antiguo Testamento nos va preparando el camino de muchos encuentros don Dios; ya en Nuevo Testamento, tenemos estos encuentros, como el encuentro entre el Ángel y la virgen María para darle su misión del ser la madre del salvador o el encuentro entre María al visitar a su prima Isabel donde salta la creatura en el vientre de esta mujer y queda llena del Espíritu Santo.
Los diferentes encuentros entre Jesús y Zaqueo o entre Jesús y la Samaritana. Todos estos y muchos encuentros más están en un ambiente de alegría, de esperanza y de gran gozo, frente a muchos testigos y con un desenlace siempre de alegría de esperanza. Otro encuentro que deberíamos tener en cuenta es el Padre misericordioso y el hijo pródigo que termina en el perdón misericordioso y que su desenlace es la comida y la fiesta, alrededor del único perjudicado del encuentro que fue el corderito.
Hacia una cultura del encuentro
El papa Francisco nos ha pedido en este camino sinodal, una preparación de una cultura del encuentro como un pensamiento nuclear: “Cada uno de nosotros está llamado a ser un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos muros. Dialogar, encontrarnos para instaurar en el mundo la cultura del diálogo, la cultura del encuentro” (Discurso del Santo Padre a los participantes en el encuentro internacional por la paz organizado por la Comunidad de San Egidio 30 de septiembre 2013).
El principal encuentro con el don de la vida es con nuestra madre, desde el momento de la concepción nosotros de manera inconsciente nos encontramos con nuestra madre, recibimos todo lo que somos, nuestra principal identidad desde los genes recibimos el primer amor natural del don de la vida.
Principal encuentro innato o natural
Este encuentro del primero amor no muere nunca, como me paso con una señora que llego preocupada por su bebesito de 40 años, esto me dio mucha risa, porque esta madre no había soltado a su hijo a pesar de ser una persona ya medianamente madura. Al mismo tiempo pensé que esta madre nunca deja de amar así su hijo(a) estuviera casado(a), ella seguía orando y preocupada por esta persona. Le dije muy jocosamente que no debía seguir preocupada o sufriendo por su hijo, que se lo entregará al Señor y que así tendría más paz.
La siguiente semana llego feliz porque ella comprendió que no podía seguir siendo una madre controladora o una madre vigilante, sino que había aprendido a confiar más en Dios y le entregó a su hijo porque comprendió que había cosas que no podía controlar porque no dependía de ella. Seguía amando a su hijo, oraba por su hijo, pero ya no ejercía esa dependencia o apego sobre su hijo.
En nuestra segunda parte profundizaremos otros encuentros a los cuales estamos invitados en este camino sinodal de laicos y sacerdotes en pro de fomentar en nuestras comunidades encuentros “vivos” con un Jesús más cercano que camina y se deja encontrar en el camino.
Por Wilson Javier Sossa López. Sacerdote eudista del Minuto de Dios
Foto: Pixabay