El traslado de la embajada norteamericana en Israel a Jerusalén es un hecho relevante que compete, más allá de lo que el Derecho Diplomático recoge en el Convenio de Viena de 1969, al conjunto de la comunidad internacional y no solo a los respectivos estados involucrados directamente en el cambio de sede territorial. Entraña un carácter simbólico de primera magnitud: hablamos de la ciudad emblemática para las confesiones religiosas que, hasta este momento, estaban destinadas a compartir la capitalidad de la potencial solución de los dos estados.
También lo es para los cristianos que, sin embargo, se mantienen como mediadores en la zona a través de la figura del papado: Pablo VI visitó la ciudad en 1964 –primera visita apostólica desde san Pedro–, Juan Pablo II en 2000, Benedicto XVI en 2009 y Francisco en 2014.
Más de 120 estados han reconocido a Palestina
Naciones Unidas ha instado, en diversas resoluciones de la Asamblea General –porque las del Consejo de Seguridad concernientes a Israel son vetadas sistemáticamente por Estados Unidos– a mantener la co-soberanía sobre la ciudad, reservando Jerusalén Este para un potencial –y real para más de 120 estados, que han reconocido internacionalmente a Palestina como Estado– Estado independiente con acceso a sus lugares sagrados como la mezquita de Al-Aqsa.
Este escenario –la Explanada de las Mezquitas– fue el detonante en 2000 de la segunda Intifada, tras la intervención de Ariel Sharon. Estamos hablando de lugares emblemáticos, como el Muro de las Lamentaciones para los judíos, en los que la sensibilidad confesional impregna un conflicto político, territorial y con implicaciones y actores internacionales exógenos –como Estados Unidos– que permanece enquistado desde hace más de 70 años. Los retrocesos superan con creces los mínimos avances producidos históricamente en la solución del complejo puzzle geoestratégico y diplomático. Es la hora definitiva de la alta política internacional. La Unión Europea debería salir de su ensimismamiento si, de verdad, quiere aprovechar las últimas oportunidades de reconocer colectivamente a Palestina como Estado. Antes de que el pirómano de turno prenda la mecha definitiva en Oriente Medio.