La obra de John P. Meier, ‘Marginal jew’ (‘Un judío marginal. Repensando a Jesucristo’) ha tenido gran éxito. Publicada entre 1991 y 2016, es la monumental investigación (cinco volúmenes) del sacerdote católico estadounidense estudioso bíblico, (fallecido a la edad de 80 años el 18 de octubre de 2022, antes de completar el sexto volumen), que nos hace considerar a Jesús por primera vez como debieron considerarlo sus contemporáneos, “un judío marginal”, título deliberadamente provocativo.
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El tema de la marginalidad y, de forma particular, la marginalidad de Jesús, ha suscitado acalorados debates entre los estudiosos de los textos bíblicos. Para María Luisa Rigato, teóloga bíblica y auténtica católica romana, la primera mujer que tuvo acceso al Pontificio Instituto Bíblico después del Vaticano II y que sintió todo el peso específico de esa universalidad a la que se refiere la calificación de “católica”, era difícil aceptar la reducción de la Iglesia a la marginalidad y, más aún, la atribución del título de “marginal” a Jesús de Nazaret.
La de “marginal” es una categoría que ha entrado de lleno en el discurso público, incluso en el teológico y eclesial, pero, es necesario tratarla con gran cuidado. Además de describir una posición social o religiosa, contiene una fuerte carga ideológica y transmite mensajes contradictorios. Indica exclusión o inclusión. Y, aunque no se pueda encontrar explícitamente en el Evangelio, la terminología de marginalidad define bien la parábola.
Jesús de Nazaret superó solo ocasionalmente la frontera dentro de la que inscribió su misión, porque se sentía “enviado solo a las ovejas descarriadas de la casa de Israel” (Mateo 15,24). Quiso con todas sus fuerzas devolver al centro del pueblo a todos aquellos que, por las más distintas razones, habían sido empujados fuera de los márgenes establecidos por la institución: enfermos, pecadores, niños y mujeres. A partir del mandato del Resucitado de hacer “discípulos de todos los pueblos” (Mateo 28,19), a lo largo de la historia de la Iglesia, la misión cristiana siempre ha ido más allá del centro, ya a sea Jerusalén, Antioquía o Roma, hasta llegar “a los confines de la tierra” (Hechos 1,8), procurando no descuidar a los marginados, a los pobres, a las viudas y a los enfermos.
Frontera tras frontera
En definitiva, el “margen” puede considerarse una categoría teológica indispensable por su peso eclesiológico, ético y misionero. Indica un movimiento que es a la vez centrífugo y centrípeto, una dinámica intrínseca al Evangelio mismo y a la historia de su difusión en todo el mundo. Si durante muchos siglos el movimiento fue predominantemente centrífugo porque los discípulos del Resucitado cruzaron frontera tras frontera, logrando contribuir, a veces más, a veces menos, a superar formas de marginalidad social y eclesial, hoy la Iglesia católica romana experimenta fuertes fuerzas centrípetas.
La progresiva globalización del colegio episcopal y del pontificado ha significado que la necesidad de hacer oír su voz en el centro de la Iglesia provenga ahora de las tierras, culturas e iglesias donde tradicionalmente llegaban los misioneros cristianos. Una voz teológica, litúrgica, espiritual que proviene de comunidades de creyentes hasta ahora marginales en las que el Evangelio de Jesús ha llegado y ha penetrado, porque el Verbo continúa día tras día haciéndose carne y haciendo de cada pueblo de la tierra su pueblo (ver Juan 1, 14). La historia del “judío marginal” es una parábola que se repite y seguirá repitiéndose, componiendo la dinámica entre lo centrípeto y lo centrífugo de maneras siempre nuevas. El Papa Francisco es testigo y emblema. Por esto, y no por los dimes y diretes, se le dará su lugar en historia. Su historia familiar de emigración y vocación personal es una metáfora de un mundo en el que la relación entre el centro y la periferia ha cambiado profundamente.
La historia está enseñando a las iglesias que los márgenes son umbrales que pueden cruzarse en una dirección u otra. Cruzarlos nunca es indoloro. Por ejemplo, ¿qué significa para una Iglesia romana-céntrica, que siempre ha exportado sus propias creencias y costumbres, escuchar la teología que viene de las “fronteras del imperio”, acoger las peticiones que vienen de “las iglesias marginales”? , ¿qué significa para las comunidades cristianas del mundo superar las múltiples formas de marginación debidas a las desigualdades, es decir, volver a llamar a este lado de los márgenes más allá de los cuales la vida ha empujado a los pobres en primer lugar, ya sean hombres o mujeres o poblaciones enteras? Quién sabe cuántas generaciones serán necesarias para declinar la palabra “sinodalidad”. Pero Francisco ha indicado el camino y está intentando trazarlo. Persigue su sueño de una Iglesia y de una humanidad en la que todas las voces puedan cantar en un mismo coro.
*Artículo original publicado en el número de septiembre de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva