Queridas hermanas y hermanos:
El 2 de febrero celebramos la XXVI Jornada Mundial para la Vida Consagrada. En esta ocasión nos guía el lema Caminando juntos. Un lema sinodal, acorde con el discernimiento y la reflexión que la Iglesia universal ya está realizando, como preparación del próximo Sínodo: Por una Iglesia Sinodal: Comunión, Participación y Misión.
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Año tras año celebramos la fiesta litúrgica de la Presentación del Señor. Cuarenta días después de Navidad, Jesús fue conducido al Templo por María y José. Lo que podía resultar un mero cumplimiento de la ley mosaica se convirtió, por mediación del justo Simeón y de la profetisa Ana, en un encuentro de Jesús con el pueblo de Dios. Jesús se manifiesta y es percibido como ‘luz’, para alumbrar a los que esperaban el consuelo de Israel y a todos los pueblos de la tierra.
Toda la vida de Jesús, impulsado por la luz de Dios, fue también un estar siempre en camino. Marcos lo describe “recorriendo toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando demonios” (cf. Mc 1, 39). En el relato de Emaús, “Jesús, mientras los dos discípulos conversaban y discutían, se puso a su lado para caminar junto a ellos” (cf. Lc 24, 15). Las personas consagradas, al igual que todos los bautizados, caminamos juntas con Jesucristo.
Un año más, con motivo de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, nuestra vocación quiere expresar un seguimiento que se hace también luz y camino en comunión eclesial, conforme al Evangelio que anunciamos, proclamamos y predicamos. Somos conscientes de las implicaciones que el camino sinodal tiene.
Caminantes con Jesús –el Señor– renovamos nuestra fidelidad teniendo en cuenta tres experiencias de sinodalidad, de escucha y compromiso: la experiencia de comunión con toda la Iglesia; la experiencia de participación comunitaria, en fraternidad y sororidad; y, la experiencia de misión compartida, inserta en las heridas del mundo.
La experiencia de comunión con toda la Iglesia, desde la ‘escucha compartida’ de Dios en su Palabra y en la vida. Él nos convoca y reúne como miembros de su pueblo. Nos llama por nuestro nombre y nos concede a cada uno el don de la vocación. Nos envía e invita a caminar juntos en su presencia, vigilantes y atentos, para no perder esta orientación en la vivencia de la consagración. Juntos hemos de buscar, discernir y encontrar la voluntad de Dios para su pueblo.
Un pueblo, formado por todos los hombres y mujeres de buena voluntad que procuran el bien, construyen la justicia y la paz, pero también por toda la humanidad sedienta de esos dones. ‘Escuchar juntos’ a Dios en su Palabra ha de ser un ejercicio de comunión y de sinodalidad porque, si bien es verdad que hay un encuentro personal, íntimo e insustituible de cada cual con el Señor, también lo es el encuentro de todos, en comunión espiritual con Él, en la búsqueda y discernimiento compartidos.
Proyecto evangélico de vida
La experiencia de participación comunitaria, con fraternidad y sororidad en cada Congregación, y de las Congregaciones entre sí, es un signo sinodal precioso que las personas consagradas ya tenemos. Nuestra forma participativa de gobernarnos, de contar con las hermanas y hermanos de la propia comunidad y congregación, son un valor inestimable que puede redundar en beneficio sinodal para toda la Iglesia.
Debemos poner aún más en valor este tesoro como proyecto evangélico de vida. El aprecio por una vida comunitaria, más allá de nuestros límites y defectos, es un signo del Reino de Dios. Retomemos el don de la convocación con la fuerza que tiene y hagámoslo fructificar aún más ‘saliendo de cada familia religiosa’, para encontrarnos con otros desde la diversidad y riqueza de los carismas.
Nos conducirá, sin duda, a percibir un horizonte de Dios más amplio, más completo y auténtico. Caminando con otros carismas, purificaremos el encuentro de cada uno con el nuestro. La CONFER anima a las congregaciones en este camino de sinodalidad intercongregacional. Quizás debamos fomentarlo con más intensidad y hondura, como signo de nuestro compromiso sinodal en favor de la Iglesia y el mundo al que servimos.
Tender puentes
La experiencia de misión compartida inserta en las heridas del mundo. Es justo reconocer la entrega y el compromiso de muchas personas consagradas a los más pobres y vulnerables. Otros son capaces de acompañar las heridas de nuestras gentes en sus situaciones personales, familiares, laborales, sociales, existenciales, etc. La Vida Consagrada sabe estar también muy presente allí donde se gesta el pensamiento, las ideas, los análisis, las planificaciones económicas y sociales.
Ahí donde germinan la cultura, las costumbres y, sobre todo, los valores humanos. Se ha preocupado de acompañar a las personas en las diversas etapas vitales de su formación espiritual e intelectual. ¿Acaso todo esto, y mucho más, no representa una escucha y un encuentro con el mundo? Hemos hecho de esta escucha y encuentro una experiencia de sinodalidad en la misión compartida y en el camino como familias carismáticas.
Contemos también para ello, cada vez más, con otros grupos de Iglesia y no olvidemos nunca tender puentes con aquellas instituciones o grupos no eclesiales que persiguen el bien común de la persona y su adecuado desarrollo y bienestar. Ahí todos podemos encontrarnos y hacer así de la sinodalidad, una experiencia que traspase los muros de la iglesia.
Tierra de acogida y cuidado
La celebración de la Jornada Mundial para la Vida Consagrada pretende ayudar a toda la Iglesia a conocer y valorar cada vez más el testimonio de los que hemos elegido por vocación seguir a Jesucristo, asumiendo la práctica de los consejos evangélicos. Pero también quiere ser una ocasión propicia para renovar estos compromisos y reavivar los vínculos que inspiran y nutren nuestra entrega al Señor.
Queremos dar gracias a Dios por el don de la Vida Consagrada y también mostrar con honestidad lo que somos y lo que hacemos, invitando a celebrar en comunión, con alegría y esperanza, el don que Dios ha depositado en nosotros y sigue derramando. Desde la CONFER podemos constatar cómo las personas consagradas enriquecen al pueblo de Dios no solo por los servicios que ofrecen sino –y sobre todo– por los ideales de vida que persiguen. Ideales llamados a ser expresados con creatividad y, siendo entendibles para la juventud actual, hacer posible que las nuevas vocaciones que Dios suscita, encuentren tierra de acogida y cuidado.
En esta Jornada, caminando juntos, se nos invita a seguir mirando el futuro con esperanza, contando para ello no solo con la fidelidad manifiesta de Dios y la fuerza de su gracia, sino con la suma sinodal de nuestras riquezas, siendo luz allí donde la Vida Consagrada está presente. ¡No solamente tenemos una gran historia para recordar y contar, sino una gran historia que construir! Pongamos los ojos en el futuro hacia el que el Espíritu nos impulsa, para seguir haciendo con nosotros grandes cosas (cf. Vita Consecrata, 110).
¡Gracias a todas y a todos! La fidelidad a la propia vocación y a los diversos carismas en los que la desarrollamos y alentamos, como caminantes, nos posibilita ser luz. ¡Feliz Jornada Mundial para la Vida Consagrada!