En esta Jornada Pro Orantibus, creo que es bueno dar noticia de los frutos que el Espíritu sigue suscitando en la Iglesia universal por medio de la vida contemplativa. El pasado domingo, fiesta de Pentecostés, quedaba erigido canónicamente un nuevo monasterio autónomo (sui iuris) en la ciudad y diócesis de Arequipa (Perú). Se trata de una nueva comunidad perteneciente a la Orden de San Lorenzo Justiniano (Justinianas), nacida en España a finales del s. XV.
- PODCAST: Sinodalidad sin aditivos
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El itinerario seguido de la fundación ha sido un lento proceso de maduración y acrisolamiento de trece años. Este camino ha estado acompañado con solicitud paternal y pastoral por parte del arzobispo metropolitano, Mons. Javier del Río, que, con la aprobación y tutela de la Santa Sede, ha llegado hasta la cristalización de su mayoría de edad eclesial.
Una lámpara luminosa
Esta erección canónica de un nuevo monasterio es una luminosa lámpara en el camino de todo el Pueblo de Dios, una prueba del estrechamiento de los lazos eclesiales y un enriquecimiento mutuo de los dones espirituales entre España y América. Es, sin duda, el signo de la fuerza del Espíritu que se derrama en los dones carismáticos y, al mismo tiempo, la prueba de la madurez de una comunidad que, nacida en la más absoluta confianza en la Providencia, ha ido creciendo y floreciendo hasta consolidar su testimonio de vida en medio de la Iglesia. Como todos los dones, debe ser cuidado por todos y cada uno para que siga creciendo y pueda convertirse de pequeña semilla escondida en árbol donde puedan seguir anidando las vocaciones que sean convocadas a la vida justiniana.
Este domingo es buen momento para pedir a la Santísima Trinidad por la recién elegida Abadesa y las más de veinte hermanas que componen el nuevo monasterio “San Lorenzo Justiniano y la Inmaculada”, y que lo que se ha celebrado hace unos días sea el germen de una cosecha abundante de frutos de santidad y fidelidad para la edificación del Cuerpo de Cristo y su testimonio en el mundo.